La política en Sinaloa, y en México en general, se ha degradado a tal punto que han desaparecido los líderes naturales, las grandes gestas, los intereses comunes, los proyectos de gran envergadura, en su lugar solo vemos intereses personales, politiquería y grilla barata.
Y quizá sea en los sindicatos, esos que están escondidos a la luz pública y que solo tienen implicaciones directas con sus agremiados, donde mejor se han enquistado “líderes” o caciques regionales que se han dedicado a medrar con las cuotas de sus compañeros.
Escondidos bajo la opacidad de la “autonomía”, los sindicatos, las universidades, los colectivos, fundaciones o cualquier grupo que no pueda ser auditado ni vigilado se presta inmediatamente para la creación de pequeñas mafias de poder.
La mecánica siempre es la misma: un líder o cacique se hace del poder al controlar el andamiaje electoral interno y los recursos económicos del grupo al que pertenece, de ahí reparte prebendas o recursos a un grupo pequeño de personas que le ayudan a mantener el control.
Al resto, la gran mayoría de los agremiados los controlan con una mezcla de “limosnas” y la amenaza de echarlos a menos de que se sometan al liderazgo del líder en cuestión.
Si hay “bases” para perpetuar ese trabajo, mejor. El sindicato es el que otorga el paraíso del cheque quincenal a cambio de la gratitud eterna del agremiado.
Y lo más triste de todo es que el agremiado renuncia a sus derechos y a la posibilidad de realizar cualquier exigencia a su líder, al considerar que no puede conseguir ese trabajo de otra manera, salvo accediendo a su generosidad.
Así, los líderes se vuelven eternos, las autoridades los temen y los agremiados siempre están listos para sacrificarse por él.
¿Y el País? ¿Y la sociedad? ¿Y el trabajo que tienen que hacer? La verdad eso no importa en un sindicato.