Editorial
La pandemia indigesta a la 4T, tanto como la democracia, esa desafortunada quimera a la que se aferraban como opositores y que se vuelve una molestia cuando se está en el poder.
Ayer, los muertos provocados por el Covid-19 en México rozaban los 40 mil, muy lejos de los 6 mil que pronosticó el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, quien todavía no atina a domar una pandemia que el Presidente, desde hace tiempo, pidió que se contuviera por decreto.
El asunto es que el virus es fifí, conservador o contrarrevolucionario, vaya usted a saber, pero no hace caso a las recomendaciones presidenciales y sigue causando estragos en una sociedad obesa, hipertensa y con graves problemas de diabetes.
Hasta ahí lo que se puede ver a simple vista, pero de lo que nadie quiere hablar es de la enorme corrupción que subyace en el entramado de negocios que hay en el sistema de salud mexicano, un barril sin fondo que amenaza con lastrar a la economía por completo.
Los gobernadores se voltean para otro lado, nadie quiere hablar sobre el enorme boquete que la pandemia está causando en sus presupuestos y, para colmo de males, el Gobierno federal les corta las participaciones federales, algo así como darles el tiro de gracia.
Y mientras el País se hunde arrastrado por un virus, la 4T se desgarra en pedazos intentando apoderarse del Instituto Nacional Electoral, el último espacio de poder que se le resiste.
La rebatinga es tan evidente que ni siquiera los propios morenistas consiguen disciplinarse, todo mundo quiere colar a sus “quintetas” y no hay forma de darle gusto a la mayoría.
La ceguera del poder es tal que los morenistas no se dan cuenta que de nada les valdrá apoderarse de todas las instituciones si no hay un País para gobernar, uno que se está desmoronando mientras ellos juegan el triste juego de la política.