Editorial
La pesca en México sufre de una muerte lenta, arrastrada por tres pesos muertos que ningún gobierno ha querido solucionar, el problema es que los tres son descomunales y se han ido agravando con el tiempo.
El primero es la descapitalización del sector, agudizado por años de olvido. Es un sector sumamente empobrecido con escasas historias de éxito, quizá algunas empresas mayores, pero con una masa social completamente pauperizada.
Solucionar solo este peso muerto le llevaría décadas de inversión y enormes esfuerzos a un gobierno federal, ya no es una cuestión de esfuerzos estatales, ni se soluciona regalando motores baratos a los pescadores, estamos hablando de un problema estructural de País.
El segundo problema es la violencia que flagela al sector y que comprende el furtivismo o guaterismo, la introducción de la delincuencia organizada al negocio de la pesca y la inseguridad que afecta a los pocos que consiguen operar su negocio.
Hay zonas enteras del mundo de la pesca en México donde la delincuencia organizada es la que dicta las fechas de la temporada de pesca o captura, desde San Carlos, Baja California Sur, hasta el sistema laguna en el sur de Sinaloa o algunas costas de Sonora.
Y el tercero, y quizá el peor de los problemas es la sobreexplotación que priva en prácticamente todas las especies que constituyen la trama central del negocio de la pesca.
Prácticamente todo el lecho marino de México ha sido rastrillado una y otra vez desde hace más de un siglo, dejando a los pescadores sin muchas opciones para trabajar.
Queda un enorme trabajo por hacer en el sector, un proyecto de País que seguramente no podrá afrontar una Comisión de Pesca sin presupuesto.