Alguna vez, Haití fue un ejemplo para América Latina, sólo después de Estados Unidos fue la primera nación en independizarse de sus amos coloniales en América.
Un grupo de esclavos negros luchó en contra del ejército imperialista francés y consiguió su libertad, después de eso todo ha sido en caída libre, hasta convertirse en el país más pobre en nuestro continente.
Cliente asiduo de los huracanes, de los terremotos, del hambre y la delincuencia, Haití es desde hace tiempo un estado fallido, donde las instituciones son tan débiles que basta una revuelta para que dejen de existir.
El 12 de enero de 2010, Haití sufrió un terremoto devastador que cobró la vida de alrededor de 200 mil personas, además de destruir la escasa infraestructura que mantenía en pie las pobres ciudades del país caribeño.
Ubicado sobre la llamada Falla Enriquillo, Haití es un pequeño país a merced de los caprichos de las placas tectónica de El Caribe y la de Norteamérica, sus terremotos son tan recurrentes como las mareas, siempre regresan.
Ya la comunidad internacional intentó resolver sus problemas, las Fuerzas de Paz de la ONU estuvieron en sus calles de 2004 a 2017; al final sus soldados fueron acusados de abusar de la población y de llevarles el cólera.
Hace apenas unas semanas un grupo de militares jubilados entró a Puerto Príncipe y asesinó a su Presidente, alimentando el caos de una sociedad que sufre sin descanso, una vez por los desastres naturales, otras veces por los desastres humanos.
El sábado un nuevo terremoto asoló Haití, hoy el recuento de los muertos ya supera los mil, mientras los heridos superan los 5 mil, una desgracia tras otra, lo único seguro en un país donde la desgracia ha decidido instalarse.