Editorial
Sí, una buena imagen causa una buena impresión. Sí, una buena imagen suele ser de gran ayuda. Sí, una buena imagen puede ser la que dé un giro a una experiencia. Pero no lo es todo.
Al menos para las ciudades y al menos para sus habitantes, no lo es. De qué sirve de que se presuma una ciudad en Sinaloa con sus inversiones, remodelaciones y adecuaciones en sus sitios turísticos, si por debajo la ciudad no está funcionando.
Sí, la buena imagen enamora y ver el desarrollo urbano de Culiacán, la planeación de Los Mochis, el crecimiento de Guasave o el embellecimiento costero de Mazatlán encanta a muchos.
Y qué bueno, porque eso termina generando mejores condiciones para la ciudad, sobre todo en el ámbito turístico.
Sin embargo, quienes viven en ella, quienes la soportan o la sufren, la imagen que enamora es lo que menos le interesa.
Porque ellos lo que esperan es que su problema más inmediato tenga una solución. Que cuando abra la llave pueda contar con agua potable. Que el sistema de drenaje sanitario siempre esté funcionando de manera correcta y que finalmente, los problemas de inundaciones finalmente sean resueltos.
No basta muros de contenciones para evitar que los sectores de Sinaloa tradicionalmente afectados por las lluvias dejen de inundarse. No basta calles remodeladas para permitir que el agua que se almacena en el arroyo vehicular fluya.
Sí, es difícil exigir a las autoridades actuales que resuelvan las omisiones de administraciones pasadas, que mostraron muy poca voluntad para hacer que la historia se contara de manera diferente.
Cada lluvia que se registra en los diferentes puntos de Sinaloa deja al descubierto las debilidades de esas ciudades que enamoran: calles, avenidas, sectores que se inundan y que obstruyen el derecho a tener una vida de calidad.
Sí, hacer obras que no se ven no es una buena apuesta política, en el corto plazo, pero quien se atreva a hacerlo en Sinaloa, sin duda dejaría un legado por el bien de muchos de los habitantes en el Estado. Ojalá que ahora sí den ese paso.