Editorial
La rifa del avión presidencial se ha convertido en un chiste interminable, y a pesar de la chabacanería que provoca, sigue en pie.
Claro, debido a su naturaleza de risa o a la ocurrencia en la que está basada, cada ciertos días cambian sus reglas, se aclara algo, se precisa esto otro, pero dando tumbos y como si fuera una alegoría más de un avión que vuela vacío de ida y vuelta a Estados Unidos, ahora resulta que se rifará, pero no se entregará.
Desde que se anunció que se rifaría, numerosos especialistas y alguno que otro crítico del Presidente Andrés Manuel López Obrador pronosticó que el avión no se podía rifar, simplemente porque no le pertenece al Gobierno, quien supuestamente lo adquirió a través de un sistema de arrendamiento.
Sin embargo, lo que sí adquirió el Gobierno federal fue la deuda y ahora hay que pagarla, de ahí la idea de López Obrador de hacer una rifa, como en las ferias de los pueblos o en los palenques, para pagar la deuda.
Y no faltó el crítico que de volada opinó que lo único que está haciendo el Presidente es lo mismo que hicieron todos sus antecesores: meter mano a los bolsillos de los ciudadanos para pagar los entuertos del Gobierno, aunque sea en forma de rifa.
Por lo pronto, el tabasqueño anunció que hará una cena con los principales empresarios mexicanos para exhortarlos a que le compren 40 mil cachitos, cada uno. Algo así como hacerles “manita de cochi” para que comience la fiesta.
Cada cachito costará 500 pesos, así que cada uno de los empresarios que se comprometa tendrá que desembolsar 20 millones de pesos, se dice fácil, pero vamos a ver quiénes son los valientes.
Y para cerrar con broche de oro una de las anécdotas políticas que quedarán para la historia de este florido País, resulta que el ganador, o los ganadores, de la rifa no se ganarán el avión, sino premios en efectivo.
¿Y el avión? Ese seguirá en venta de manera permanente.