Editorial
El estruendo silencioso de la violencia recorre Sinaloa y se ensaña con sus periodistas, esa larga y dolorosa tradición que ha echado raíces en estas tierras y continúa golpeando las redacciones.
El sábado por la noche otro periodista ha desaparecido, otro fotógrafo, otro ser humano cuyo único pecado ha sido, hasta donde sabemos, estar en el lugar y en el momento equivocados.
Carlos Zataráin recorría la ciudad con su cámara en una mano y la sonrisa en la otra, y el sábado por la noche un grupo armado decidió apagar su sonrisa y arrebatarle la cámara.
Su familia aterrada, los compañeros periodistas en las calles, exigiendo su regreso, reclamando justicia, mientras el tiempo transcurre lentamente y no aparece.
Se encontraba en casa de un comerciante, se los llevaron a los dos y a uno de los trabajadores del comerciante, se los llevaron sin decir más, sin aclarar sus razones, se los llevaron porque sí, los plagiaron porque pueden.
Los plagiaron en la Colonia Venustiano Carranza, alimentando las estadísticas de desapariciones forzadas, ese crimen silencioso que las autoridades miran de reojo, despreciandolo, alimentándolo con su desaire.
Se activaron todos los protocolos, llamó a la redacción Gobernación desde la Ciudad de México, se avisó a la Armada, al Ejército, se incendiaron las redes, se dispararon los tuits y los mensajes, pero los desaparecidos no han regresado a sus casas.
Detrás de las cifras de una aparente tranquilidad conquistada en Sinaloa, el crimen permanece trabajando en las sombras, desapareciendo personas, destruyendo familias enteras.
Esperamos el regreso de nuestro periodista. Carlos Zataráin no está solo, lo acompañan sus compañeros, sus amigos, su familia. Lo acompaña un País cansado y harto de la violencia. Lo acompañamos todos.