Editorial
El poder se ejerce de muchas maneras, depende de la personalidad, los objetivos o las circunstancias de los gobernantes.
En los últimos tiempos, a los mexicanos nos ha tocado vivir de todo, desde presidentes internacionalistas y presuntamente de izquierda como Luis Echeverría, pasamos a presidentes con presunciones de intelectualidad como José Luis López Portillo.
Después el gris Miguel de la Madrid Hurtado, hasta pícaros como Carlos Salinas de Gortari, para regresar a otro estadista gris como Ernesto Zedillo.
Después nos llegaron los azules, como el dicharachero Vicente Fox, que aún no se calla, el belicoso Felipe Calderón o el desastroso Enrique Peña Nieto.
Cada uno de ellos llevó al País a pasar de izquierda a derecha, o de arriba hacia abajo, derrochando o intentando poner orden, pero todos dejando su impronta en las maneras de gobernar.
Y cuando parecía que habíamos visto todo llegó Andrés Manuel López Obrador, quizá el más peculiar de todos.
Una de las características del tabasqueño es su control absoluto de las decisiones en ciertas áreas y su desinterés absoluto en otras.
Una de las áreas donde sus formas son absolutas es en el manejo de los recursos. Cuentan los que están cerca de él o los que lo han sufrido que nadie toma decisiones de dinero, solo él.
La buena noticia es que no está endeudando al País, la mala noticia es que los estados la están pasando negras con la falta de recursos.
Pedir, solicitar, acordar como se hacía antes no funciona, los canales acostumbrados: diputados, secretarios de estado y todo el enmarañado mundo de la burocracia ya no funciona.
Ahora hay una sola puerta a la que se puede tocar, la de Presidencia, ahí comienzan y acaban todas las esperanzas de gobernadores, alcaldes y necesitados de toda especie.
El problema es que no hay un procedimiento a seguir para tener éxito, todo depende de la decisión de un Presidente.