Editorial
Aunque a veces parece que se ha instalado de manera normal, la violencia que sigue registrándose en México no deja de sorprender y de incomodar. Porque aunque haya un deseo colectivo de que esos actos desaparezcan, hasta ahora siguen tan presentes como antes.
Y lo mismo puede ocurrir el asesinato de trabajador del IMSS en Culiacán durante un asalto hasta la masacre en un bar en Guanajuato. Todos esos actos hacen recordar que la violencia sigue incrustada en la vida cotidiana del País.
Y la realidad se encarga de recordar que los actos del pasado siguen asomándose en este presente, cuando en terrenos baldíos, en parajes alejados, se encuentran fosas clandestinas donde cientos de personas desaparecidas han sido enterradas.
Otra vez Guanajuato, con sus ocho fosas localizadas en Irapuato con al menos 100 cuerpos enterrados, se convierte en parte del retrato de la barbarie que se registra en México.
Porque no hay otra forma de cómo describir lo que se registra en el País: un Estado en el que la violencia es la que marca la agenda de seguridad y un Estado ausente, incapaz de poner orden.
Porque hasta ahora, las estrategias de seguridad no dan resultados, no desalientan el crimen, no intimidan a los delincuentes, no castigan a los responsables.
Y de nada vale, se ha dicho una y otra vez, que las estadísticas muestren números menores a los de hace un año, o dos, o 10, si al final, se siguen registrando crímenes que siguen dejando vulnerables a la sociedad. Es la barbarie que se impone al Gobierno, independientemente de su color.