Ningún partido político, ningún funcionario, ninguna autoridad del pasado o del presente en la política mexicana ha podido resolver los problemas de la inseguridad en México, un tema que, además, comienza a convertirse también en la gran deuda de la Cuarta Transformación.
Es día que seguimos esperando una estrategia que las autoridades diseñen y lleven a cabo una estrategia nacional y regional en contra de la delincuencia organizada, pero en su lugar lo único que obtenemos son disparates, ocurrencias o simplemente el silencio.
Lo peor del proceso electoral que acabamos de vivir es que ni siquiera los candidatos en campaña se atrevieron a abordar el tema, ni siquiera en forma de promesa, cuando en un campaña se promete de todo, o por lo menos antes así era.
Resulta que ahora, nuestros excelsos políticos ni siquiera quieren hablar del tema, mucho menos con la enorme cantidad de candidatos asesinados, plagiados y golpeados durante la elección.
Los funcionarios del Gobierno federal también le sacan la vuelta al tema, lo ningunean o lo que es peor, inventan argumentos increíbles (porque nadie los cree), para justificar la enorme cantidad de homicidios.
El problema es que durante las últimas décadas hemos permitido que la delincuencia organizada se apropie de cada centímetro del territorio nacional y ahora que los tenemos afuera de nuestra propia casa seguimos haciéndonos como que la cosa no es con nosotros.
La delincuencia organizada va tensando la cuerda, copando todos los espacios que le dejan libre, en esta ocasión fue la política, un espacio que antes estaba vedado para ellos y que ahora están tomando a la fuerza.
El día que comiencen a gobernar entraremos en la última fase de un estado fallido, que hace mucho tiempo se encuentra en construcción.