Este tema tiene varios meses en el tintero, se lo debemos a varios de nuestros lectores, de nuestros suscriptores, principalmente a la señora Moncayo, de Culiacán, que nos hace el favor de darnos retroalimentación constante, y nos aprecia tanto que nos habla para regañarnos cuando no le gusta o no le parece adecuado lo que hacemos.
Ella es nuestra conciencia, principalmente en el uso del lenguaje, y nos cuestiona, sobre todo, cuando ve en nuestras notas palabras altisonantes... y es que a ella, como a muchos lectores, le molesta verlas impresas en nuestras páginas... y tiene razón.
Ya hace varios meses y hace varias semanas nos había hablado para sendas publicaciones cuestionables en ese sentido, y esta semana que acaba de terminar nos llamó de nuevo... ¡dos veces!
Específicamente por el título de una columna de Jorge Castañeda titulada ‘Pin... noruegos corruptos’, publicada el viernes 6 de mayo. Además de una nota en la sección nacional del 12 de mayo sobre un audio publicado del líder nacional del PRI, donde éste y su interlocutor hablaban con una cantidad ingente de palabras altisonantes y vulgaridades, y en nuestro texto se publicaron tal cual, textuales, sin editar, sin cuidar, y como eran muchas, realmente resultaba chocante la lectura.
Pues bien, respecto a este tema, que por sí mismo puede generar ambivalencia, pues habrá lectores que no lo consideran cuestionable, o más bien no le dan mucha importancia, pero, como medio de comunicación y guardianes del lenguaje, nosotros debemos ser cuidadosos con estas palabras.
De entrada, nuestro Manual de Estilo marca lo siguiente en un punto donde da recomendaciones que deben considerarse al escribir una nota:
“Seleccionar palabras de uso y significado estándar -esto excluye palabras gastadas (clichés o términos de moda), ‘elegantes’ (palabras presuntuosas por ser de uso infrecuente) y vulgarismos (términos obscenos, impropios, excesivamente coloquiales o de caló)”.
Y de hecho marca como Regla de Oro: “Los periodistas de Noroeste no deben utilizar palabras o términos groseros en sus notas. Si una fuente, un documento o un cable incluye en sus declaraciones una palabra impropia, no se transcribirá completa, sino que se usarán puntos suspensivos para cortarla”.
De hecho, tratamos de cumplir lo más que se puede con estas dos reglas aunque debemos reconocer que nos hemos relajado en este aspecto.
Sabemos que como medio, sobre todo periódico impreso, parte de nuestra función es también educar y como tal, debemos usar el lenguaje de manera apropiada.
También partimos de que las palabras altisonantes o groserías es diferente escucharlas oralmente que verlas escritas. Al decirlas o escucharlas el que las dice le imprime un tono, y al verlas escritas, el tono lo pone quien las lee.
¿Hay excepciones? Claro, como todo. Habrá contadas ocasiones en que será “la nota”, por el contexto o la persona que las dice, o bien, porque un articulista las incluye en su artículo de Opinión, siempre y cuando sean completamente justificables.
De hecho, en su Consultorio Ético, la Fundación Gabo, lo precisa así:
“En los manuales de estilo se proscriben ‘las expresiones malsonantes y las groserías’, que para la generalidad de los lectores resultan ofensivas. Además, periódicos, revistas o noticieros se convierten en piezas pedagógicas para la enseñanza del idioma y de su uso apropiado. Las llamadas ‘malas palabras’, groserías o expresiones malsonantes han sido excluidas del uso común por su carácter ofensivo o de mal gusto. El periódico o noticiero respeta esa convención social y las excluye de su lenguaje. En los manuales de estilo se prevén mecanismos de defensa contra el uso de estas palabras: solo se las acepta ‘en casos muy excepcionales’, su publicación debe ser autorizada por los directores, o han de ser parafraseadas, cuando son indispensables para la comprensión de una situación, o si la posición del protagonista convierte la expresión en un hecho excepcional. Aún si son dichas por un entrevistado, el medio de comunicación se niega a ser el altavoz o multiplicador de su mal lenguaje. Para incluir las malas palabras en una cita textual debe proceder de una persona relevante, deben haber sido dichas en público y deben tener justificación en su contexto. Dicho en pocas palabras: pueden ser reproducidas si agregan información. No basta, por tanto, que la expresión malsonante haya sido dicha en el curso de una entrevista”.
Lo resume muy bien y muy coincidente con lo que nos marca nuestro manual en Noroeste.
También plantea en el mismo artículo, dentro del apartado Principios fundamentales de la ética y el periodismo, algunas maneras en que lo abordan diferentes medios:
“The Washington Post, como diario, respeta el buen gusto y la decencia, al tiempo que comprende que los conceptos de la sociedad respecto del buen gusto y la decencia cambian permanentemente. Una palabra que resulta injuriosa para una generación, puede formar parte del lenguaje habitual de la próxima. Pero debemos evitar la procacidad. Evitaremos publicar palabras soeces y obscenidades a menos que su utilización sea tan esencial para una crónica significativa, que su sentido se pierda sin ellas. De ninguna manera las obscenidades se utilizarán sin la aprobación del editor ejecutivo...”._ Código de Conducta de The Washington Post.
Aquí aprovechamos también para señalar precisamente que el lenguaje está vivo, evoluciona, y tal vez palabras que hace décadas se consideraban ofensivas, hoy ya no lo son.
Del Manual de Estilo y Ética Periodística de La Nación, Buenos Aires, el artículo señala:
“El lenguaje que se use en el diario debe ser correcto, no solo en cuanto a la forma, sino también con respecto al contenido. Es necesario desterrar las palabras malsonantes, salvo en el caso de que no se entienda la noticia sin su mención, o hayan sido pronunciadas en circunstancias que justifiquen su inserción en el texto”.
En resumen, las palabras altisonantes, obscenas, maldiciones, groserías o vulgaridades, como quiera llamarlas, no deben ser parte de nuestras páginas, excepto en contadas excepciones que sean “la nota” por quién las dice, prácticamente no se deben usar nunca y sí, efectivamente, como bien nos señala la señora Moncayo, los suscriptores no pagan nuestra edición para recibir un mal uso del lenguaje.
Coincidimos y nos enfocaremos en ello.