Hace semanas, hubo un tema que se nos quedó en el tintero. Lo queríamos abordar por la importancia periodística, no en el contenido, sino en la manera de manejar ese contenido y la enseñanza que nos dejó a los periodistas.
Aunque la coyuntura pasó y otros temas del momento se nos fueron atravesando para efectos de esta columna, no queremos dejarlo pasar, y es que hace poco más de un mes, un tema comenzó a correr en las redes sociales y muchos medios de comunicación... Kate Middleton, la Princesa de Inglaterra, esposa del futuro Rey William.
Lo que comenzó como un chisme o rumor más relacionado con la realeza, retomado y aumentado sobre todo por la prensa llamada “rosa” o “del corazón”, pero también por muchos medios serios en el mundo, se fue convirtiendo en todo un asunto en el que no debemos obviar algo crucial: la ética periodística.
Las publicaciones iniciaron aludiendo a que la Princesa había “desaparecido”, pues no se le veía desde el 25 de diciembre y esto pese a que desde el 17 de enero la Casa Real británica anunció que Kate se sometería a una cirugía abdominal y tardaría tres meses en recuperarse, los medios, sobre todo los llamados “sensacionalistas”, empezaron a especular desde los primeros días de marzo que la no aparición de ella por ningún lado era por otros motivos.
Así, en muchos medios del mundo y sobre todo en redes sociales, empezaron a publicar todo tipo de especulaciones: desde que era por una cirugía plástica con mal resultado hasta que había muerto y la familia real lo ocultaba. Por supuesto pasando por la supuesta infidelidad del Príncipe William, al que llegaron a relacionar sentimentalmente con una amiga cercana de la familia.
Para colmo, en medio de todo esto, la cuenta oficial de los príncipes publicó una fotografía de la Princesa y sus hijos, como celebración del Día de las Madres en Inglaterra, el 11 de marzo, y entonces se vino otro escándalo y creció la especulación, pues la polémica viró a que la foto estaba retocada.
Finalmente, los rumores fueron acallados el viernes 22 de marzo, cuando a través de un video oficial, Kate Middleton salió a anunciar que le detectaron cáncer luego de su cirugía en enero, que ya estaba siendo sometida a quimioterapia y que habían tardado en informarlo públicamente porque habían esperado a explicarlo de manera tranquila a sus tres hijos.
¡Plop!
Aunque en Noroeste no publicamos casi nada de esa información de especulación y rumores relacionada con la Princesa, excepto una nota el día que se convirtió en tendencia en redes por la fotografía retocada, y que en las propias redes de ella salió a disculparse por eso, nos sentimos obligados a hablar de este tema porque es algo que nos atañe a todos los medios y la comunidad merece que reflexionemos sobre ello.
Podríamos nosotros ponernos a explicar qué es todo lo que estuvo mal en el tratamiento de esa información en los medios del mundo, pero de hecho desde antes de que se supiera lo del cáncer, ya expertos en ética periodística habían salido a hablar del tema y aquí lo queremos retomar.
En el artículo de la Red Ética de la Fundación Gabo, publicado el 15 de marzo, titulado “¿Tiene la ética periodística algo que decir sobre el caso Kate Middleton?”, expertos en ética periodística explican el fenómeno y lo resumen así: “Ponemos bajo la lupa ética el caso de la Princesa Catalina para hablar de desinformación, fact-checking y el doble estándar periodístico”.
Plantean: “¿qué tiene que ver este ‘misterio’, banal e irrelevante, a los ojos de muchos, con la ética periodística?”.
Y lo abordan en estas cinco vertientes cruciales: el poder de la desinformación, el tratamiento periodístico a los asuntos de interés público, la responsabilidad del periodismo en la verificación de hechos, el doble estándar periodístico y la confianza de la audiencia.
“La desinformación en la era digital es un fenómeno que desafía a las grandes democracias y medios de comunicación del mundo. Cuando hechos como el de la desaparición de la vida pública de la Princesa de Gales se mediatizan, queda en evidencia el poco control que el periodismo o las fuentes confiables tienen sobre la información que cada persona en internet decide difundir, consumir o creer”, dice el artículo en relación al primer punto.
“Esto ilustra también cómo las teorías de conspiración y las suposiciones infundadas pueden generar rápidamente una marea de desinformación en línea que es difícil, si no imposible, de contener. Es entonces en estos casos en los que el periodismo se hace más que necesario, no sólo para corregir información falsa y especulativa, sino también para prevenir su propagación”.
Al adherirse a principios éticos y prácticas de verificación, señala, los medios de comunicación pueden ayudar a construir un entorno informativo más confiable y menos susceptible a las influencias de las noticias falsas.
En el punto del tratamiento periodístico a los asuntos de interés público, plantean el eterno debate del derecho a la privacidad de figuras públicas, sobre todo de funcionarios del Gobierno, pues para el periodismo ese derecho tiene límites, debido a que dichas personas “viven” de recursos públicos que provienen de los impuestos que todos pagamos.
En el aspecto de la responsabilidad del periodismo en la verificación de hechos, los expertos de la Fundación Gabo sí aplauden cómo procedieron las agencias internacionales de fotos en el caso específico de la fotografía publicada en las redes oficiales de la Princesa en medio del contexto de amplia especulación que había, y que tras el escrutinio de los usuarios de redes sociales se dedujo que había sido severamente alterada.
“Frente a este tipo de situaciones el buen periodismo debe cumplir un papel vital que permita mantener la confianza pública, y que debe basarse en principios como la verificación de hechos, la imparcialidad, y la responsabilidad de rectificar sus errores. Por este motivo, ante la evidencia, agencias de noticias como Getty, AFP, Reuters y AP, que habían difundido la fotografía, tomaron la decisión de emitir kill notices para la misma; es decir, dar una directriz a sus clientes para retirar y evitar la publicación de contenido que se ha identificado como falso, engañoso o imposible de verificar. Este tipo de mecanismos actúa como un freno crucial contra la difusión de información errónea, asegurando que los medios de comunicación no se conviertan en vehículos involuntarios de desinformación”.
La obligación ética de no reproducir, publicar o avalar imágenes manipuladas es fundamental en la lucha contra la desinformación, especialmente con el avance de las IA, ante el cual la manipulación de imágenes no solo es cada vez más difícil de detectar sino que también tiene el potencial de influir poderosamente en la percepción pública y los procesos democráticos de distintos lugares. De esta forma, la decisión de “matar” una noticia -o fotografía en este caso- refleja un compromiso con la veracidad y la responsabilidad periodística, señala el artículo.
En fin, el artículo de la Fundación Gabo es amplio y desmenuza el caso con análisis profundo, poniendo de manifiesto “la compleja intersección entre la ética periodística, la privacidad de las figuras públicas y el derecho del público a estar informado”.
Al mismo tiempo, dice la Fundación Gabo, reafirma la importancia de que los medios de comunicación mantengan altos estándares de verificación de hechos y eviten contribuir a la difusión de desinformación, incluso si eso significa guardar silencio hasta encontrar las respuestas, una práctica ética que permitirá a futuro fortalecer la confianza de las audiencias.
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