Con 75 días inmersos en una cobertura tras otra de esta ola violenta, podría pensarse que poco tiempo nos da para reflexionar, pero nada más lejos de ello, cada situación, cada detalle, cada dilema nos hace pensar y ser altamente cuidadosos.
Diariamente enfrentamos condiciones diferentes y situaciones que nos empujan a tomar decisiones delicadas y a veces hasta replantear formas de hacer las cosas.
Sin embargo, siempre están presentes y claras las líneas que no debemos ni queremos cruzar, pese a que a veces nos acusen de sí hacerlo. Nos referimos, por ejemplo, a los famosos conceptos de amarillismo o sensacionalismo.
Y son famosos porque la mayoría de la gente los ha escuchado, los usa y hasta los señala, pero a veces llegan a opinar que publicar una nota de información relacionada con violencia es por sí mismo amarillismo, mientras que otros señalan que nos quedamos cortos en lo que decimos y hasta nos exigen no “esconder” información.
Nosotros lo tenemos claro, somos medios, estamos enmedio, y como tales, es normal recibir este tipo de señalamientos.
Para unos lectores es demasiada información de violencia y para otros podría llegar a ser escasa sobre todo en detalles.
Pero aclarando un poco los términos mencionados, podemos aprovechar una referencia en el Consultorio Ético de la Fundación Gabo, titulada “¿Cuál es la diferencia entre sensacionalismo, amarillismo, crónica roja y prensa popular?”, que hace precisiones basadas en el libro Ética del periodismo y la comunicación, impreso por la Universidad de Antioquia, Medellín, del autor Alfonso Lopera, para clarificar los conceptos.
“Como lo dice la palabra, el sensacionalista es quien se dirige sólo a los sentidos o sensaciones de las personas y los estimula, particularmente el oído y la vista, porque se piensa que eso es lo que atrae a los receptores de información, que sólo quieren ver y oír, pero que no utilizan su inteligencia ni su sensibilidad social”, dice el texto.
“El sensacionalismo no se detiene en la presentación sencilla de los sucesos, generalmente escandalosos, sino que ahonda morbosamente en ellos para captar la atención de los lectores de bajo nivel cultural, siempre ávidos de incentivos”, señala el artículo en otro párrafo.
Y precisa: “La anterior no es sinónimo de amarillismo”.
Ahonda en el origen de la palabra amarillismo, basada en cuando, a principios del Siglo 20, algunos algunos periódicos en su primera página publicaban la figura de un hombre de color amarillo que comentaba las noticias.
“Después esa palabra, amarillismo, significó la tendencia a destacar en las primeras páginas las noticias de crímenes y catástrofes”, añade.
Esta tendencia la denominan de origen comercial, “porque parte de la creencia de que así se venden más ejemplares o se obtiene una mayor sintonía”.
Sin embargo, cuestiona, el amarillismo limita el objetivo de la información periodística e impide que el receptor conozca los aspectos más profundos y sólidos de los hechos.
“Si nos atenemos al origen histórico de la palabra, amarillismo se refiere a las técnicas para llamar la atención de los lectores: tamaño de letra, colores, edición de fotografías, diseño, lenguaje. Fue la aparición de un dibujo de un peluquero chino, o de alguien con camisa amarilla, lo que atrajo la atención de los lectores de vespertinos en Nueva York. Desde entonces se siguieron llamando amarillos los periódicos llamativos y espectaculares”, dice también el Consultorio Ético en otro artículo titulado “¿Cuáles son las características y diferencias ente amarillismo y sensacionalismo?”.
El amarillismo, continúa, “puede ser, por tanto, el aspecto formal del sensacionalismo, éste más que una presentación espectacular, es un criterio, impuesto por el ánimo de llamar la atención y de aprovecharse de la noticia.
“El sensacionalista ve en la noticia lo que causa sensación, es decir, lo que excita los sentidos, y eso es lo que destaca. Los demás elementos de la noticia, que son generalmente los esenciales, no tienen importancia para él porque exigen demasiado al lector”.
El ideal del sensacionalista, agrega, es que la presentación de la noticia excite el interés del lector a través de la vista, o del oído y la vista si se trata de radio o de televisión.
“Desde el punto de vista ético este criterio contradice el compromiso con la verdad, que supone decir sólo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Además, y es quizás la más grave falla ética del sensacionalista, se manipula y subvalora al lector puesto que se le niegan las partes de la verdad que estimulan su pensamiento y se le entregan solamente las partes sórdidas o triviales de la realidad”.
El sensacionalista, insiste el texto, busca despertar el interés del público, no con informaciones importantes, sino con noticias que por su material o su presentación, sólo sirven para satisfacer la curiosidad.
“Para ello entra en detalles y circunstancias que despiertan o estimulan los sentimientos morbosos y no vacila en acudir a la presentación escándalosa de los hechos, gráficas atrevidas, títulos hinchados y la abusiva divulgación de aspectos íntimos de la conducta humana”.
Detallamos los conceptos porque es importante como lectores tenerlos presentes en medio de un contexto como el actual, donde prolifera información de hechos de violencia no sólo en Sinaloa sino en todo el País.
Y máxime ahora que no sólo los medios formales informamos, sino que por otros canales se mueve infinidad de información relacionada con los hechos violentos.
Por esto es tan importante para nosotros tenerlo claro, pues es difícil no llegar a caer en algo cercano al sensacionalismo o amarillismo cuando se cubre una cantidad ingente de hechos de alto impacto llenos de escenas y características terribles.
Sin embargo, lo tenemos tan presente que tratamos de cuidar cada palabra, cada título, cada foto para evitar caer en la irrelevancia o lo grotesco de hechos tan importantes que mueven nuestra vida actual.
A veces nuestros textos pueden parecer parcos o cortos, pero es producto de dicho cuidado. En ocasiones buscamos resaltar algún detalle humano o de la historia de alguna víctima o afectado, para no olvidar que cada caso es de una persona con una vida y una familia, pero sin revictimizar, sin caer en el morbo, y al mismo tiempo sin dar pie a promover la narcocultura.
Pero sobre todo buscamos poner nuestra información en perspectiva, con contexto, para llegar al entendimiento del fenómeno y a la prevención de la comunidad.
Es una labor que obviamente nos demanda aún más trabajo, pero sabemos que es necesario hacerla de ese modo. Por nuestros lectores, por nosotros y por la sociedad en general.
Con 75 días inmersos en una cobertura tras otra de esta ola violenta, podría pensarse que poco tiempo nos da para reflexionar, pero nada más lejos de ello, cada situación, cada detalle, cada dilema nos hace pensar y ser altamente cuidadosos.
Diariamente enfrentamos condiciones diferentes y situaciones que nos empujan a tomar decisiones delicadas y a veces hasta replantear formas de hacer las cosas.
Sin embargo, siempre están presentes y claras las líneas que no debemos ni queremos cruzar, pese a que a veces nos acusen de sí hacerlo. Nos referimos, por ejemplo, a los famosos conceptos de amarillismo o sensacionalismo.
Y son famosos porque la mayoría de la gente los ha escuchado, los usa y hasta los señala, pero a veces llegan a opinar que publicar una nota de información relacionada con violencia es por sí mismo amarillismo, mientras que otros señalan que nos quedamos cortos en lo que decimos y hasta nos exigen no “esconder” información.
Nosotros lo tenemos claro, somos medios, estamos enmedio, y como tales, es normal recibir este tipo de señalamientos.
Para unos lectores es demasiada información de violencia y para otros podría llegar a ser escasa sobre todo en detalles.
Pero aclarando un poco los términos mencionados, podemos aprovechar una referencia en el Consultorio Ético de la Fundación Gabo, titulada “¿Cuál es la diferencia entre sensacionalismo, amarillismo, crónica roja y prensa popular?”, que hace precisiones basadas en el libro Ética del periodismo y la comunicación, impreso por la Universidad de Antioquia, Medellín, del autor Alfonso Lopera, para clarificar los conceptos.
“Como lo dice la palabra, el sensacionalista es quien se dirige sólo a los sentidos o sensaciones de las personas y los estimula, particularmente el oído y la vista, porque se piensa que eso es lo que atrae a los receptores de información, que sólo quieren ver y oír, pero que no utilizan su inteligencia ni su sensibilidad social”, dice el texto.
“El sensacionalismo no se detiene en la presentación sencilla de los sucesos, generalmente escandalosos, sino que ahonda morbosamente en ellos para captar la atención de los lectores de bajo nivel cultural, siempre ávidos de incentivos”, señala el artículo en otro párrafo.
Y precisa: “La anterior no es sinónimo de amarillismo”.
Ahonda en el origen de la palabra amarillismo, basada en cuando, a principios del Siglo 20, algunos algunos periódicos en su primera página publicaban la figura de un hombre de color amarillo que comentaba las noticias.
“Después esa palabra, amarillismo, significó la tendencia a destacar en las primeras páginas las noticias de crímenes y catástrofes”, añade.
Esta tendencia la denominan de origen comercial, “porque parte de la creencia de que así se venden más ejemplares o se obtiene una mayor sintonía”.
Sin embargo, cuestiona, el amarillismo limita el objetivo de la información periodística e impide que el receptor conozca los aspectos más profundos y sólidos de los hechos.
“Si nos atenemos al origen histórico de la palabra, amarillismo se refiere a las técnicas para llamar la atención de los lectores: tamaño de letra, colores, edición de fotografías, diseño, lenguaje. Fue la aparición de un dibujo de un peluquero chino, o de alguien con camisa amarilla, lo que atrajo la atención de los lectores de vespertinos en Nueva York. Desde entonces se siguieron llamando amarillos los periódicos llamativos y espectaculares”, dice también el Consultorio Ético en otro artículo titulado “¿Cuáles son las características y diferencias ente amarillismo y sensacionalismo?”.
El amarillismo, continúa, “puede ser, por tanto, el aspecto formal del sensacionalismo, éste más que una presentación espectacular, es un criterio, impuesto por el ánimo de llamar la atención y de aprovecharse de la noticia.
“El sensacionalista ve en la noticia lo que causa sensación, es decir, lo que excita los sentidos, y eso es lo que destaca. Los demás elementos de la noticia, que son generalmente los esenciales, no tienen importancia para él porque exigen demasiado al lector”.
El ideal del sensacionalista, agrega, es que la presentación de la noticia excite el interés del lector a través de la vista, o del oído y la vista si se trata de radio o de televisión.
“Desde el punto de vista ético este criterio contradice el compromiso con la verdad, que supone decir sólo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Además, y es quizás la más grave falla ética del sensacionalista, se manipula y subvalora al lector puesto que se le niegan las partes de la verdad que estimulan su pensamiento y se le entregan solamente las partes sórdidas o triviales de la realidad”.
El sensacionalista, insiste el texto, busca despertar el interés del público, no con informaciones importantes, sino con noticias que por su material o su presentación, sólo sirven para satisfacer la curiosidad.
“Para ello entra en detalles y circunstancias que despiertan o estimulan los sentimientos morbosos y no vacila en acudir a la presentación escándalosa de los hechos, gráficas atrevidas, títulos hinchados y la abusiva divulgación de aspectos íntimos de la conducta humana”.
Detallamos los conceptos porque es importante como lectores tenerlos presentes en medio de un contexto como el actual, donde prolifera información de hechos de violencia no sólo en Sinaloa sino en todo el País.
Y máxime ahora que no sólo los medios formales informamos, sino que por otros canales se mueve infinidad de información relacionada con los hechos violentos.
Por esto es tan importante para nosotros tenerlo claro, pues es difícil no llegar a caer en algo cercano al sensacionalismo o amarillismo cuando se cubre una cantidad ingente de hechos de alto impacto llenos de escenas y características terribles.
Sin embargo, lo tenemos tan presente que tratamos de cuidar cada palabra, cada título, cada foto para evitar caer en la irrelevancia o lo grotesco de hechos tan importantes que mueven nuestra vida actual.
A veces nuestros textos pueden parecer parcos o cortos, pero es producto de dicho cuidado. En ocasiones buscamos resaltar algún detalle humano o de la historia de alguna víctima o afectado, para no olvidar que cada caso es de una persona con una vida y una familia, pero sin revictimizar, sin caer en el morbo, y al mismo tiempo sin dar pie a promover la narcocultura.
Pero sobre todo buscamos poner nuestra información en perspectiva, con contexto, para llegar al entendimiento del fenómeno y a la prevención de la comunidad.
Es una labor que obviamente nos demanda aún más trabajo, pero sabemos que es necesario hacerla de ese modo. Por nuestros lectores, por nosotros y por la sociedad en general.