Uno de los papeles o labores clave en la labor periodística es la del editor.
El editor es responsable de muchas cosas en una Redacción, realiza múltiples funciones y su operación es clave tanto en la coordinación de información como en la puesta en página y en las diferentes plataformas por las que distribuimos nuestros contenidos.
Muy probablemente en algún artículo futuro nos referiremos a dichas funciones y las explicaremos a detalle. En esta ocasión nos queremos enfocar en una sola de las funciones de los editores: la revisión de textos.
Y lo queremos hacer porque estas últimas semanas hemos traído una especie de “campaña” interna para reforzar este punto, en busca de disminuir errores de redacción, de lenguaje, de ortografía, de “dedo”... que lamentablemente se nos presentan de manera recurrente y los publicamos a veces demasiado.
Comencemos por decir que los textos de las notas los escriben los reporteros, una vez que reunieron información de un tema o un suceso, y los hacen llegar a su editor correspondiente, que usualmente es quien posteriormente lo sube al sitio digital y más tarde, otro editor lo pone en página para la edición impresa.
Esta labor es constante y fluye durante todo el día y gran parte de la noche. Ya lo hemos dicho anteriormente, en Noroeste, entre las dos redacciones (Culiacán y Mazatlán) y lo que mandan los corresponsales, subimos a Noroeste.com alrededor de 100 a 120 notas al día, las cuales son revisadas por alrededor de cuatro o cinco editores.
Uno de los errores más comunes a la hora de revisar un texto es revisar primero la forma antes que el fondo. Es lo más difícil de erradicar de un editor, pues la premura y la inmediatez lo empuja a querer resolver rápidamente la revisión eliminando los errores de lenguaje que envía el reportero, pero eso hace que dejemos en segundo plano lo que es tal vez lo más importante, que es el fondo, la esencia de la nota, la profundidad.
Así, el primer punto a revisar por parte del editor al recibir la nota debe ser ese: el fondo. Preguntarse: ¿de qué se trata esto?, ¿es cierto esto?, ¿está sustentado?, ¿por qué es importante y/o interesante para el lector?, ¿qué implicaciones tiene para la comunidad?, ¿de dónde se obtuvo la información?, ¿quién o quiénes son las fuentes?, ¿cuál es el contexto?, ¿la información está balanceada?, ¿están representados todos los lados del conflicto?, ¿la información es precisa y exacta?, ¿es útil, concisa y clara?
Una vez resueltas todas estas interrogantes, y haberlas solventado en el texto, entonces sí empieza la revisión de la forma.
La sintaxis, la gramática, la ortografía son la base de la revisión de la forma de un texto. Pero también entran las reglas de estilo y, por supuesto, los “dedazos” o errores tipográficos por teclear mal o incompleta una palabra.
En cuanto a reglas de estilo, nos referimos a las contenidas en nuestro Manual de Estilo, el cual todas las publicaciones serias y profesionales tienen. Es donde se señalan, por ejemplo, las precisiones de cómo escribimos cuestiones elementales, como direcciones, números, cargos, títulos de personas, de libros, de películas, de programas, en fin, hasta marcadores de un partido o apodos de algún personaje, todo un sinfín de precisiones que tenemos para lograr un estilo de redacción unificado, y no escribir esos conceptos básicos a veces de una manera y a veces de otra.
Todo este trabajo de revisión se le invierte, o se le debe invertir, a cada texto, y el editor lo debe hacer en tiempo récord, pues siempre tenemos la inmediatez como espada de Damocles, colgando sobre nuestra cabeza.
Es decir, en pocas palabras, el editor tiene que revisar el texto bien y rápido. No funciona el hacerlo bien, pero lento, ni tampoco funciona subir rápido una nota, pero mal revisada.
Bien y rápido es lo que nos rige siempre. No tenemos de otra.
Los textos son nuestra materia prima, son lo más valioso que manejamos, es nuestra herramienta principal, son nuestro producto, nuestro tesoro para llegar al lector.
Y los editores son el filtro principal para que ese tesoro, el texto, llegue al lector de manera clara, concisa, rápida, eficiente, bien escrito y bien sustentado.
De hecho, el Decálogo de Noroeste, en su punto dos, precisa como nuestro deber: “Exponer los hechos y opiniones de interés público con exactitud, veracidad, plenitud, justicia, y oportunidad”.
Precisamente por eso, el editor no solo tiene que ser un buen líder y un buen administrador, tiene que ser, ante todo, un buen periodista y un buen redactor.
La revisión efectiva de las notas lleva a una baja publicación de errores, de fondo y forma... en ello va en juego nuestra credibilidad, y nuestros editores lo saben.