Si hay un tipo de cobertura recurrente para los periodistas es la de desastres naturales, en nuestro caso específico, pues los huracanes.
Y aunque los cubrimos de manera frecuente, constante, varias veces en el año, cada ocasión es diferente. Es decir, tenemos experiencia, mucha experiencia, pero cuando ya lo tenemos encima surgen dificultades, carencias, resistencias... siempre nos cuestan, pues, nos saturan y nos deja consecuencias, no solo de agotamiento, sino también materiales, personales, laborales.
En el caso reciente del Huracán Norma y su paso por Sinaloa ya como tormenta y depresión tropical, fue especialmente complicado por la cantidad de días que afectó y la zona tan amplia que abarcó. Normalmente los huracanes nos pegan un día y en una área un tanto específica del estado, pero ahora no fue así: fueron tres días de cobertura intensa de las lluvias y en casi toda la entidad.
Lo hemos dicho muchas veces, y en estos casos con mayor razón; mientras la mayoría de la gente se resguarda ante una situación así, nosotros al contrario, tenemos más trabajo y la naturaleza de ese trabajo es movernos hacia los puntos en conflicto, bajo lluvias torrenciales, vientos, inundaciones y demás... vamos a donde están los daños, las afectaciones, las necesidades.
Claro que tratamos de protegernos lo más posible, pero no hay mucho que podamos hacer salvo esperar un poco, unos minutos, y movernos, movernos siempre.
Claro que con las respectivas carencias y/o afectaciones. Es decir, nuestros vehículos nunca son suficientes y no son óptimos para inundaciones.
Luego, nuestras herramientas son sumamente sensibles y las tenemos que usar: cámaras, teléfonos celulares, micrófonos... y además tenemos la cuestión humana, que de una u otra manera resulta también damnificada.
O sea, no es queja ni mucho menos, pero, como en todo, hay periodistas más aptos o dispuestos para estas coberturas, y hay quienes sufren más al exponerse a este tipo de riesgos.
Algunos, con la adrenalina al tope casi hasta disfrutan el llegar a los puntos más conflictivos y de más daños. Pero no siempre es así y no con todos. Y se entiende. Por eso tratamos de hacer ajustes en la medida de lo posible pero a veces los costos son altos.
Afortunadamente en Noroeste esos casos son los menos, sí solemos sufrir un poco, pero la gran mayoría de nuestra gente le entra con todo a la cobertura de desastres, con el sobreesfuerzo que requiere y la fortaleza que obliga.
Así que sí, cada cobertura de desastres perdemos algo: uno que otro periodista afectado, una o dos cámaras descompuestas, uno que otro celular averiado y hasta algún vehículo con desperfectos, o alguno de los reporteros o fotógrafos con alguna caída o incidente, casi siempre no grave, pero al fin detalles que nos pegan en el momento o después.
Pero pues ganamos en experiencia y en cumplimiento de nuestro compromiso con los lectores. Asumimos los riesgos, los esfuerzos y las obligaciones que conlleva nuestra labor, y aunque a veces nos sentimos frustrados porque percibimos que no hay una apreciación real por parte de la comunidad, esto casi siempre es momentáneo, es un sentimiento fugaz, tal vez del agobio del momento, de la saturación que cunde entre nosotros en esas horas o días tan pesados.
Al final los números en lectoría en nuestro sitio y en redes sociales hablan por sí solos, están muy por encima de días “normales”, y la calidad del material gráfico o del contenido proporcionado nos deja la satisfacción del deber cumplido.
No, no es nada sencillo realizar este tipo de coberturas, pero para nosotros son parte de nuestra labor y nos mantenemos al frente pase lo que pase.
Aún nos queda un mes de temporada de huracanes, y luego de lo vivido en Guerrero, principalmente en Acapulco, estaremos más alerta que nunca.