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Columna

El despertar participativo

LETRAS DE MAQUÍO

    Uno de mis personajes preferidos de la historia es Simón Bolívar, de quien he leído varias biografías. Este fantástico personaje murió a los 46 años, habiéndole dado su independencia a la mayor parte de los países sudamericanos. La educación que el gran Libertador recibió fue siempre liberal y demócrata (parte de ella en Inglaterra), por lo que siempre deseó que las naciones de América del Sur se convirtieran, al dejar de ser virreinatos de España, en auténticas repúblicas democráticas.

    El problema fundamental con que siempre topó fue que las personas sí querían liberarse de los españoles, pero para nombrarlo a él su nuevo caudillo, como emperador.

    El problema vivencial con que tuvo que luchar el Libertador de las Américas, era que él estaba seguro de que el mejor sistema de gobierno era la democracia participativa fincada en el riesgo de ser libres, para convertirlas en naciones de ciudadanos responsables, y el pueblo sólo quería cambiar de jefe.

    Nuestros orígenes indios e hispánicos son paternalistas. Los primeros siempre fueron regidos por caciques y nobles que decidían por el pueblo mientras que en los segundos, el rey y los caballeros feudales mandaban a su arbitrio, tomando decisiones por el pueblo a quien trataban como menor de edad.

    En el proceso de transformación en que nuestro querido México está inmerso, tenemos este problema antiético: por un lado, las personas rechazan con repugnancia el paternalismo oficial, porque ya entendieron que éste sólo ha servido para adormecer las conciencias de los mexicanos y, por otro, quieren sólo cambiar de jefe por uno más justo y bueno. No se deciden a correr el riesgo de ser libres para llegar a ser un pueblo de gente responsable.

    Años de haber padecido un gobierno paternalista, un matriarcado en la educación familiar con una buena dosis de machismo a la mexicana; un patrón que manda en la empresa, pero no invita a participar, han hecho de una buena parte de compatriotas simples objetos de manipulación de los demás, en lugar de sujetos activos en su propio desarrollo.

    La pasada contienda electoral hizo consciente a una buena parte de los mexicanos ante este problema. Yo diría que lo hizo en una forma sin precedente alguno en la historia del país, pero todavía no es suficiente. Hay quienes aún piensan que fue Lázaro Cárdenas el que corrió para presidente, y votaron por Cuauhtémoc, añorando el “tatismo” adormecedor de su padre. Hay, desgraciadamentente, quienes creen que tienen que votar por el PRI porque le dio un “tortibono” o les prometió entregarles una parcela de terreno. Pero también tenemos millones de mexicanos ya dispuestos a politizar sus problemas, organizarse e influir para cambiar lo salvaje de esta sociedad en algo más humano y solidario para todos.

    Soy de los que sostienen que el país no tiene salida más que la democracia, y asumir el riesgo de ser libres para desatar la energía creadora de nuestro pueblo y convertirnos en una sociedad de personas creadoras y hacedoras. Me irrita el que las personas se contenten con sólo cambiar de jefe.

    Muchos de los que pregonan las alianzas entre partidos lo hacen sólo por esa razón (quitar a los malos y, supuestamente, poner a los buenos). No se dan cuenta de que primero hay que cambiar a los hombres que habrán de modificar las estructuras.

    Si queremos realmente que nuestro país mejore, tenemos que mejorar nosotros mismos. No es un jefe o un caudillo, ni siquiera un partido político el que puede cambiar al país. Es un poco más complicado: somos nosotros, los mexicanos, los que habremos de hacerlo, cuando la mayoría de los compatriotas nos decidamos a olvidar las fórmulas mágicas (los milagros sí existen, pero sólo cuando nosotros hacemos nuestra parte; no es comprando billetes de lotería o vendiéndolos como nos convertiremos en una nación rica); ponernos a trabajar y crear en lugar de destruir (sólo con trabajo y ahorro, esfuerzo y constancia, se puede aspirar a algo mejor); actuar en política (cuando entendamos que ésta es la más noble de todas las actividades y que sólo con congruencia y servicio se puede hacer política de la buena); rechazar a los que ofrecen al paraíso del populismo (los esclavos se hacen con pequeños regalos); llegar a tiempo a nuestros compromisos; vivir intensamente, haciendo cosas y comprometiéndonos con nosotros mismos y con los demás; estudiar, no para pasar el año y obtener un título, sino para saber y ser útil, y cambiar la botella, el cigarro y la droga por el libro, la máquina o la pluma.

    Pienso que el avance que mi querido México ha tenido en los últimos meses no es procedente en la historia. El despertar de los mexicanos (una buena parte) ha sido fabuloso. Sin embargo, este despertar anula las esferas de poder y los privilegios de otros, causando conflictos. Hay quienes quieren mantenernos en la ignorancia y la miseria, la apatía y la promiscuidad, para poder seguir mangoneando y manipulando. Hay quienes nos están hablando bonito para ofrecernos algo que dicen será diferente, pero sólo desean adormecernos.

    Si el futuro próximo somos capaces de hacer prevalecer la acción participativa sobre el controlismo, México saldrá adelante. Si, por el contrario, seguimos pensando que alguien vendrá a salvarnos sin requerir de nuestro esfuerzo, el país se irá para atrás. Volverá a prevalecer el paternalismo priista, la injusticia, el fraude electoral y la corrupción como medio de vida y de gobierno. De nosotros depende. ¡Ojalá la acción sea nuestra!

    Miércoles 8 de marzo de 1989.

    Soy de los que sostienen que el país no tiene salida más que la democracia, y asumir el riesgo de ser libres para desatar la energía creadora de nuestro pueblo y convertirnos en una sociedad de personas creadoras y hacedoras. Me irrita el que las personas se contenten con sólo cambiar de jefe.