Realidad y realeza

EL OCTAVO DÍA
    “No olvidemos que con sus fallas, humanas y políticas, el Príncipe Felipe de Edimburgo logró ser un factor de unidad, junto con su esposa... Y eso no es fácil, tiene su mérito y merece reconocimiento”.

    Antes uno se enteraba de las muertes de los personajes ilustres al llegar la noche y encender el noticiero de Jacobo Zabludovsky. Sobre todo si nunca encendíamos el radio.

    Ahora uno se entera por la mañana temprano, gracias al chiste que hace algún genio de esos que pululan en Facebook.

    Así supe que se fue el Príncipe Felipe, a los 99 años, el hombre que por más de 70 caminó a tres pasos atrás de la Reina Isabel y la raza se preguntaba ansiosa, ahora cómo manejarán este corte dramático los guionistas de The Crown.

    ¿Su muerte será un símbolo de la agonía de las monarquías? No lo sabremos.

    Los musulmanes modernos, al estudiar nuestra historia occidental, se sorprenden de que peleáramos y muriéramos tantos siglos por “libertad” sin estar efectivamente esclavizados.

    Para ellos, tener un soberano o una corte no equivalía a tener cadenas. Algo bueno tenían esas teocracias con su reglamentos y leyes efectivas.

    Los traductores de los libros de historia tienen que romperse la cabeza y dar otras explicaciones sobre por qué pedían libertad los rusos en 1917.

    Por ejemplo, que más que libertad, simplemente algunos pueblos de nuestro lado del mundo no querían pagar impuestos, ya fuera la gabela virreinal que molestaba al Cura Hidalgo o el caso del Tea Party, protesta en la que se vistieron de apaches hombres blancos de origen inglés, para protestar contra la corona de Inglaterra... la misma institución que ayudó a sus antepasados a migrar con seguridad a un mundo desconocido.

    En Oriente, la figura del rey del soberano era más de un patriarca culto y respetuoso de la fe. Tipo Harún Al Rashid de Las Mil y una noches o el Rey Salomón del Antiguo Testamento. Monarcas de sabiduría paternal y fiel juez de los conflictos de sociedades con peculiares movilidades.

    Se cuenta que el Rey David le pidió a un orfebre que le pusiera en un anillo una frase que le sirviera de consuelo y advertencia en las buenas y en la malas. Este le puso “Esto también pasará”. David le pidió que revelara quién le había dado la frase, el tipo le dijo que se la había dicho un muchacho en la calle y, por la descripción, David supo que ese muchacho era su hijo, Salomón.

    Pero con todo y la invención de la guillotina, los pueblos no dejan de añorar y soñar con los reyes de Europa.

    No todos los reyes han sido inútiles. Ya comentamos aquí que el Rey Carlos IV de España, el de la escultura de “El Caballito” de la Ciudad de México, apoyó y sufragó con fondos públicos al médico de la corte, el doctor Balmis, en su idea de una vacunación masiva de niños a lo largo del imperio, ya que su propia hija, la Princesa María Teresa, había sucumbido a la viruela.

    El problema es cuando la realidad de los cismas y dramas de “la realeza” afectan a súbditos y demás pueblos secundarios.

    Harry Patch, el último soldado que combatió en las cenagosas trincheras de Francia y que murió en el 2009, consideraba la Primera Guerra Mundial una “disputa familiar que salió mal”: el Rey Jorge V de Inglaterra era primo hermano del Zar Nicolás II y también del Kaiser Guillermo II.

    Todos ellos perdieron su poder, incluso el de Inglaterra, aunque él ganase la guerra...

    Aquí en México se creó el PRI para no pasar esas vergüenzas y eliminar esos “pleitos de la familia revolucionaria” que provocaban cuartelazos y asonadas, jamás convertidas en un golpe de estado.

    Don Felipe de Grecia no llegó a rey, pero al menos se dio el lujo de ser un príncipe toda la vida. Y su vida no fue principesca.

    Debe ser tediosa una existencia llena de ceremoniales y actos oficiales interminables, aunque hay gente que es feliz con esos rituales y de eso piden su limosna... aunque sea inaugurando un concurso de zumba en una sindicatura o un baile en la cancha de basquet de su pueblo.

    No olvidemos que con sus fallas, humanas y políticas, el Príncipe Felipe de Edimburgo logró ser un factor de unidad, junto con su esposa, para una sociedad a la que aún le cuesta desprenderse de una tradición que va muchos más allá de la Edad Media.

    Y eso no es fácil, tiene su mérito y merece reconocimiento.