Y con todo, la vida es bella, más o menos depende de dónde te tocó vivir o escogiste hacerlo y con quién, Dios lo creó y Él no hace cosas feas ni malas, nosotros nos encargamos de hacerlo feo, siempre ha existido la violencia y la maldad y no podemos desentendernos de eso a la hora de educar, pero tampoco podemos formar personas miedosas, pusilánimes, temerosas sino más bien personas fuertes, valientes, resistentes.
La fortaleza es una virtud muy peculiar porque tiene dos modos de ser y como todas, funciona junto con otras, de un lado nos mueve a resistir situaciones y de otro nos mueve a acometer, ya sea que tengas que resistir o acometer necesitarás de la valentía, pero no es valiente quien se lanza al peligro, sin medir posibilidades y formas de hacerlo, eso es temeridad y no es virtud.
A ratos nos asusta el mundo que les dejamos y les va a tocar vivir, eso no está en nuestras manos, pero sí está en manos de todos los padres el tipo de hijos que le van a dejar al mundo, gente más violenta y sin principios o más serena, ecuánime, conciliadora y empática, buenas personas o personas víctimas, esas que se quejan todo el tiempo de lo mal que les trata el mundo, rencorosas, intrigantes o soberbios que sienten que todo se les debe y pisotean a todos.
Pues para ser buenas personas se necesita comenzar por ser fuertes, esos que no se inclinan según sople el viento y cualquiera puede convencer de cualquier cosa, hoy una, mañana otra, esos que no se quiebran con el mínimo esfuerzo, sino que saben resistir lo que sea necesario hasta conseguir su meta, gente templada como el acero, pero suave en el trato, se caen y levantan todas las veces que sea necesario y aprenden de cada caída.
¿Qué se necesita para ser fuerte? Primero que sean autónomos, que sepan valerse por sí mismos y descubran esa satisfacción, enseñarles a hacer las cosas y no hacerles nada que ellos puedan hacer, ni aunque sean cuadripléjicos y enseñarles a ganarse con esfuerzo lo que quieran tener, sin aceptar rabietas; reglas claras, firmes, no según el estado de ánimo del padre y consecuencias que se puedan hacer aplicar y cumplir.
Otras virtudes que hacen a una buena persona serían: el optimismo, la alegría, la responsabilidad, la empatía, la generosidad, la veracidad, lealtad, honradez, templanza, civismo, buenas maneras, laboriosidad y muchos más peros, como todas ayudan a todas, podremos mejorar en todas al mismo tiempo, corrigiendo en el momento, enseñando en el momento, haciendo pensar en el momento, abrazando en el momento.
Upsss, es que para eso y todo lo que valga la pena en la familia, lo primero que necesitamos los padres es estarrrrrrrr.
Déjenme decirles que para un niño, el amor es T-I-E-M-P-O. No cosas que les compremos. Y también que uno no “paga el precio, sino que disfruta de los beneficios” de todas las otras inversiones de tiempo y energía, la mayor parte desaparecen y hay que tener claro que el negocio más importante que tenemos es la familia.
Quizá tenemos que salir a conseguir el pan para la familia, pero no dos carros, un televisor en cada recámara, el último grito de la moda o el modelo más guau del móvil con tantas funciones que nunca podrás usarlas todas, ni todos los antojos de comida chatarra, ni salir a comer o cenar continuamente.
Si vivimos con templanza y austeridad bien entendidas, no necesitaremos conseguir más dineros y podremos estar más tiempo con ellos, no se trata de poco, pero de calidad, todo debe ser de calidad y el necesario, porque no podemos dejar en manos de otros las correcciones o enseñanzas, ni los castigos, ni las pláticas, ni los apapachos y los momentos de intimidad en que puedan abrirse y platicarnos lo que traen en su cabeza y su corazón.
Una anécdota de una psicóloga llamó mi atención, llegó por ayuda una persona con tremenda depresión, lo que hacemos los psicólogos es escuchar y preguntar, hacer pensar, terminada la hora le dejó una tarea, luego se arrepintió, pensando que había exagerado, dado la condición de esa persona, podía abrumarla, pensó que no regresaría.
Resulta que regresó, con otro semblante y una bolsa que contenía cuatro cuadernos, le recibió muy contenta, alegrándose de verle y preguntando cómo estaba, si había podido con la tarea. La respuesta: “claro que sí, me siento mejor que nunca, llené cuatro cuadernos”, comenzó a leerla, a llorar y aprendiendo del depresivo.
¿Cuál fue la tarea? Apuntar todo lo que sí tenía y gozaba: el agua tibia de la regadera, secarse con una toalla seca y limpia, meterse a la cama entre sabanas limpias y olorosas, el calor del sol en su cara, los pájaros cantando en el árbol de su ventana, la taza de café, escuchando su música, las chanclas al llegar a su casa, que todo en casa estaba en su sitio y no se agobiaba buscando nada, llamar a sus amistades un poco abandonadas, así por el estilo, cuatro cuadernos.
Enseñemos a nuestros hijos a notar esas cosas, serán felices y nunca padecerán depresión.
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