El vivir la experiencia de los primeros días del año viene a nosotros la sensación de continuidad y renovación.
El tiempo, interminable devenir de acontecimientos, sucediéndose en continuos movimientos, marca una estela hasta el infinito, en la mirada de los hombres, su origen es misterioso e incierto su final.
Es tema de análisis y de abstracción, porque su presencia se da en la materia, pero su razón profunda reside en el campo del espíritu, donde sus polos se unen, hundiéndose en el Arcano; él es nuestra continua experiencia, él es nuestro insondable misterio.
La existencia nos es dada en un lapso llamado “tiempo”, es un compartir con otros viajeros de un camino, cuyos límites se pierden en el horizonte, sólo nos toca una parte del trayecto, el relevo indispensable se hace en los continuos ciclos llamados generaciones: “Nuestro tiempo” viene a ser sólo una pieza de todo el tiempo.
Aunque infinitamente pequeña, en esta relación, la existencia de cada hombre es algo único e inalienable, es nuestra pertenencia a través de la materia en lo infinito, tal vez por eso lo llamamos “nuestro tiempo”.
Como únicos e irrepetibles, sólo en una ocasión hacemos acto de presencia en el escenario del mundo material, después viene el retiro a otra dimensión, pero nuestros actos quedan en el tiempo, como una marca indeleble que por siempre hablará, no solo en las crónicas, sino también como un factor de dirección en la historia, por más efímera que nuestra presencia haya sido.
Nuestra razón busca el punto donde la eternidad y el tiempo se unen, porque si el tiempo fuera una línea hasta el infinito, entonces saldría de lo material y finito y será infinito y eterno, pero si como todo lo material tiene un límite, entonces surge el cuestionamiento sobre lo que hay después del final.
Cristo es el Señor del tiempo y la eternidad, en Él se encuentra la síntesis que une tiempo y eternidad, su encarnación unió dos realidades dando dirección a toda la Creación, desde su principio hasta su final. San Juan, en su prólogo, hace el señalamiento; Él es el principio de todas las cosas, pero también es su final y como san Pablo nos lo indica; en Él serán recapituladas todas las cosas.
Entre los dos extremos, principio y fin, donde se mueve el tiempo, Cristo es la razón y la consistencia, porque Él es la vida y la vida es la luz de los hombres, Él viene a ser el fundamento y razón de este mundo, nosotros en el tiempo y sólo a través del tiempo lo alcanzamos a Él, razón suprema de todas las cosas.