Un hogar cristiano es una casa impregnada de amor, de cuatro paredes unidas con una pasta mágica, cuyos ingredientes son lágrimas y risas, penas y felicidades; esperanzas y sueños.
Se requieren muchas cosas para formar un hogar verdadero: un sótano reflejo con el pasado... recámaras atiborradas con el presente, y especialmente niños impregnados con la esperanza del futuro.
Un hogar se construye con ladrillos, mezcla de arena y cal, así como de madera, clavos, varilla y concreto.
Sin embargo, los ingredientes más indispensables que se requieren para el mantenimiento de dicho hogar deben ser: devoción y amor, así como generosidad, respeto, cortesía y valor.
Cuántas veces hemos podido observar casas enormes que, hablando espiritualmente, están vacías, y en cambio, aquellas de construcción más sencilla y pequeñas, están por así decirlo, palpitando de felicidad.
Ojalá, en todos los hogares, se practique y se viva la hospitalidad, que quien llegue a nuestro hogar sea bien recibido, que sea como la prolongación de los brazos de Cristo, siempre abiertos para estrechar con amor.
Y que al reinar en el hogar el amor, habrá un respeto divino entre todas y para todas las personas.