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Columna

San Juan Eudes

EVANGELIZACIÓN, EDUCACIÓN Y CULTURA

    “Para ofrecer bien una eucaristía se hace necesario tres eternidades; una para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar gracias”. Con estas palabras mostraba, san Juan Eudes su comprensión de la profundidad del misterio oculto en cada celebración de la Cena del Señor.

    Impregnado en la contemplación del amor divino, que se nos da como un preciado don del Maestro Divino y a través de su madre, lo resume en la devoción a los corazones de Jesús y de su madre María.

    Juan Eudes nació en la región de la Normandía francesa, en una pequeña población cuyo nombre era Ri Ome, en el primer año del siglo XVII, sus padres eran Isaac Eudes y su madre Martha Corbin.

    Estudió en la universidad de Caen, fue ordenado sacerdote el 20 de diciembre de 1625. El misterio de la redención, realizado por Jesús, le ocupo en profunda reflexión, considerando que el Verbo del eterno Padre, en su plan divino necesitaba ser completado en su obra creada, culminante en el hombre, hecho a su imagen y semejanza, en quien el mismo Verbo se encarnó, revistiéndose con los de la materia del ser humano.

    Siguiendo las palabras del apóstol san Pablo, san Jun Eudes afirma que la iglesia, cuerpo místico de Cristo, en la realización de su misión completa la tarea de llevar a la edad de Cristo en su plenitud, realizando, así, la parte que le toca de completar la pasión de Cristo.

    Jesús Dios inmortal afirma, adquirió la mortalidad al encarnarse en la humanidad, pero al resucitar recobra la inmortalidad y así, hecho hombre, transmite al ser humano la divina inmortalidad.

    El misterio redentor, en san Juan Eudes, así como el Verbo divino se hizo humano, al ser humano lo inserta en la divinidad, haciéndolo partícipe de la vida de Dios.

    Consciente de este misterio en la vida de la iglesia, convierte su vida en una continua acción de gracias, entregándose a la difusión del Reino de Dios, en una misión continua, consistente en difundir la devoción al culto del amor expresado en los corazones de Jesús y de María.

    Preocupado por en la necesidad de las vocaciones sacerdotales, fundo varios seminarios y se preocupó, además, por la asistencia por las mujeres que buscaban escapar de la prostitución construyendo refugios adecuados donde ellas pudieran realizar su cambio de vida.

    Finalmente entregó su vida a la edad de 78 años en Caen Cavados, Francia. El Papa Pio XI la canonizó el 31 de mayo de 1925.