San Cristóbal Magallanes y sus compañeros
La Ciudad Eterna es una prolongación de mexica ciudad de Tenochtitlan, contingentes de mexicanos recorren las calles, invadiendo, plazas y centros donde se expone la obra cultural de gloriosa Roma, son portados los tricolores verde blanco y rojo de la nación mexicana ahora combinados en los emblemas de la mexicanidad y de la república italiana Era el mes de mayo de 1992.
Es el día deseado y esperado por generaciones, en una nación, la segunda con más católicos en el mundo, un catolicismo germinado desde las ancestrales raíces que le dieron forma, tanto nahuas precolombinas como hispanas.
Un simbolizado está sintetizado en el lábaro patrio; el águila símbolo de una divinidad devorando a la serpiente, presencia del mal desde los orígenes del hombre en este mundo y la singular figura de la Tonantzin, la madre de Dios por quien se vive, presente desde el nacimiento de esta nueva raza y en los orígenes de su vida independiente, que los conquistadores llamaron la Virgen de Guadalupe.
La majestuosidad de la vaticana Basílica de san Pedro albergo un numeroso contingente de mexicanos con un pontífice mexicano por adopción, quien ostentaba el nombre de Juan, el mismo que identificaba al vidente aborigen de esta tierra y al y el representante de la iglesia llamado Juan de Zumárraga.
La nación mexicana iniciaba una nueva relación en los cánones de la relación diplomática entre su gobierno y el gobierno de la Santa Sede, reconociéndose esté oficialmente en su identidad, gracias al impulso del histórico presidente Carlos Salinas de Gortari, ahí estaba el embajador ante el Vaticano Enrique Olivares Santana.
Flanqueando el altar principal, edificado sobre el sepulcro de san Pedro, primer pastor pontífice del rebaño de Cristo, lucían las representativas del sagrado evento; a la izquierda de él, un cuadro de la primera mujer beatificada en esta tierra, María de Jesús Sacramentado Venegas y a la derecha una imagen alusiva al vuelo de los mártires hacia la eterna casa del Padre; los santos mexicanos fueron beatificados.
El pueblo hacía vibrar el recinto al hacer resonar con los cánticos de la fe alusivos a su mexicana catolicidad.
Pasarían ocho años para vuelta a Roma, el 21 de mayo del 2000, el nacimiento del nuevo milenio, la Basílica de san Pedro nuevamente luce pletórica, pero ahora no puede albergar en su interior al mayor contingente de mexicanos, ahora será en la plaza de san Pedro cuando el mexicano Papa Juan Pablo II declara santos para la iglesia universal a 25 mártires mexicanos, encabezados por el sacerdote Cristóbal Magallanes, junto al sacerdote José María de Yermo y Parres y a la religiosa María de Jesús Sacramentado Venegas.
La declaración canónica de la santidad de estos mexicanos viene a confirmar la lucha de toda una nación, que desde sus históricas raíces ha ostentado su búsqueda de la trascendencia y el encuentro con un Dios, el ser supremo por quien se vive, aún con la ofrenda de la propia vida.
Nuevos santos aparecen ahora en la memoria de nuestra nación con una variedad incluyente; nuevas mujeres y niños muestran la imagen de una nación en busca de un destino en el cual se aspira a una unidad, a la convivencia en su caminar hacia el lugar donde habita el Eterno Padre de todos.