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Columna

López Sáenz en el terreno de juego

EL OCTAVO DÍA

    Más que especial detalle es el hecho: el equipo Venados de Mazatlán realiza un homenaje permanente a la figura y obra del maestro Antonio Lopez Saenz.

    No solo una de las casacas oficiales ostenta motivos creados por el venerable maestro de la calle Libertad.

    Hay una memorabilia beisbolística cuidada y, dentro de los accesos a las tribunas de central, cuatro figuras representativas de sus cuadros dan la bienvenida o la despedida, según se vaya o se venga.

    Pocos equipos profesionales en el mundo han realizado este tipo de reconocimientos. El caso más simbólico para mí es el del equipo de los Ravens de Baltimore, que se llama así en un homenaje al gran poema del escritor nacido allá que pobló de bizarras pesadillas nuestros insomnios y desvelos: Edgar Allan Poe.

    El casco de dicho equipo de fútbol americano lleva un cuervo que parece decir la frase rítmica de ese poema fantasmal. Nunca más, (Never more!)

    Hace poco el Ajax de Ámsterdam y poco después un equipo irlandés homenajearon al cantante jamaiquino Bob Marley, profeta de la religión Rastafari, con una casaca alusiva. En cuanto arte y deportes de alto nivel profesional, solo se me viene a la mente la figura de un futbolista francés que, luego de meter un gol, se pone en la pose de El Pensador, de Auguste Rodin.

    Pero volvamos a nuestras playas soleadas y a los pinceles de fuego sereno. En el caso de nuestro querido Antoni, el equipo Venados de Mazatlán ha instaurado un nuevo reconocimiento llamado PREMIO ORGULLO MAZATLECO, del cual él ha sido el merecido primer destinatario.

    El reconocimiento fue recibido por nuestro amigo Víctor Lopez De La Paz, sobrino del Mtro. Antonio, quien desde hace años ha sido el responsable de mantener su legado y estar al pendiente de la salud y necesidades de este patrimonio nuestro andante. La ceremonia fue el pasado viernes durante el juego contra Sultanes de Monterrey y otra gloria mazatleca, José Urquidy, lanzó la primera bola.

    Y es que los beisbolistas, el terreno de juego y el universo en torno a ellos no ha estado exento de la paleta de colores del maestro Lopez Saenz. Tengo entendido que un ex dueño de los Diablos Rojos de México en su faceta de coleccionista de arte ha adquirido varios óleos monumentales de Antonio con figuras alusivas al béisbol.

    Lo que permite acercarse más a la obra de Antonio -y cualquier aficionado de a pie como yo lo reconocerá-, es que sus cuadros están muy realistas, no tanto en el detalle de la reproducción, si no porque la posiciones de los beisbolistas que él retrata son idénticas a las que vemos en el terreno de juego.

    Esto suele ser un problema en otros casos, cuando vemos obras de arte por encargo en que la gente de repente se da cuenta que un futbolista tiene mal colocado el balón, el bateador oscila en una posición imposible o un surfista vuela en una tabla demasiado estrecha para su tamaño y, aparte, en una ola que no corresponde.

    Creo que esta precisión en los trazos de López Sáenz acerca más su obra a su público. Público de altas galerías, de crítica reflexiva o el jocoso aficionado que al final del encuentro festeja feliz la victoria, bailando con una desconocida bajo el ritmo de la banda y los monigotes de don Antonio que vigilan el acceso al Teodoro Mariscal.

    Lo mejor es que él ha creado la obra visual que más nos representa y está basada no solo en nuestros paisajes. Aquí bullen los gestos, nuestras expresiones corporales, nuestro vestuario, las construcciones arquitectónicas que nos dan identidad, nuestras tradiciones y deportes.

    Y que Antonio esté y siga en el terreno de juego, nos revela que la imaginación sigue girando y saliéndose con júbilo del estadio y del estado normal de las cosas, lo cual es una de las verdaderas misiones del arte... Muchas gracias, Venados de Mazatlán,; muchas gracias, Antonio López Sáenz de Mazatlán.