María Julia Hidalgo López
Lauro habría conocido de otra forma las aguas de Humaya, pero el rumbo que tomó su bicicleta lo llevó a casa de la "raspadera". No importaba el tamaño ni el sabor; tamarindo, vainilla, ciruela o guayaba, lo único que Lauro quería era ver Feliciana.
Cada tarde tenía el justificado pretexto de pasar por el "abono", y además verse recompensado con un suculento raspado. Pero en realidad, lo que Lauro disfrutaba era la explosión de emociones y el súbito cosquilleo que recorría su tímido cuerpo al ver en movimiento los senos de Feliciana, cada vez que ella, intencionalmente, se inclinaba a cepillar el hielo.
Lauro tenía 17 años cuando Feliciana se convirtió en su obsesión. Nadie sabía bien a bien qué se traía entre manos, pero su comportamiento era cada vez más extraño. Su madre empezó a notar que se ofuscaba con facilidad y que le mentía cada vez que llegaba tarde a casa. Armandina, su novia, ni idea tenía de sus continuos plantones. Sus amigos fueron los primeros en saber de qué se trataba. Pronto descubrieron que algo se traía con Feliciana.
Al principio, y sin saber lo que vendría, lo alentaron para que se "iniciara" con la raspadera. Así pasó. Pero el encuentro de Lauro con el experimentado cuerpo de Feliciana no fue ingenuo. Ella le doblaba la edad y nunca le prometió nada, él dejó todo por ella y trastornó todo sus sentidos.
Con un lenguaje local y cercano, propio del mundo juvenil y de historias donde los jóvenes se muestran invulnerables y poderosos, así está escrita Por amor a Feliciana, una historia llena de aventuras, donde la complicidad de los amigos alcanza momentos extremos.
Desarrollada en Culiacán y recorriendo las calles de sus barrios pobres, el escritor Leónidas Alfaro Bedolla, también de Culiacán y autor, entre otras, de la indispensable Tierra Blanca, nos muestra un paisaje verosímil de la ciudad. Por amor a Feliciana está llena de realismo y elementos propios del lugar. La imagen de Jesús Malverde, frases como el "Arre, Lulú", personajes emblemáticos como El Chivero o entrañables como El Chelocas, hacen que esta novela no prescinda de tristezas y nostalgias.
En el prólogo, escrito por José Manuel Arredondo y en relación a un ejercicio de lectura que se realizó entre jóvenes del CONALEP, se lee: "
los jóvenes descubrieron que la historia narrada por Leónidas Alfaro, tenía que ver mucho con la realidad que pasan miles de jóvenes en este país, y sobre todo, en este Estado «Sinaloa». 'Todos somos Lauro' fue la conclusión de un debate"
Una tarde, como ya es costumbre, Lauro acude a su cita con Feliciana. Al llegar se da cuenta que nadie habita la casa. Sin dar crédito a la ausencia, empieza la funesta búsqueda. Abandona la escuela, recorre antros, llega a Baja California, trabaja en la pisca y ve de cerca la muerte. Derrotado y con un espíritu distinto regresa a Culiacán. Resuelto a encontrarla y recordando algunas voces del pasado vuelve a la casa de la señora de su alma. No puede creer lo que ven sus ojos, la casa ha sido sustituida por una mansión de gente adinerada. Lo que dijeron era cierto. Feliciana también era otra y su reencuentro fue devastador.
La vida de Lauro transcurría ordinaria como cualquier joven de su edad y su condición. Vive con su madre y hermanos; a su padre lo ve ocasionalmente, sin saber claramente por qué. Asiste a la escuela, pasa el tiempo libre con sus amigos y con su novia Armandina. La precaria economía familiar lo obliga a trabajar un rato por las tardes. En bicicleta recorre los barrios de su colonia para cobrar los adeudos de las familias.
Todo marcha en su vida hasta que Por amor a Feliciana un buen día lo 'levantan', se enfrenta con un ser despiadado al que no teme. Conoce la codicia y la traición. Persigue una fantasía que lo lleva al borde del puente donde entre las aguas del río no sabe si se reconoce entre los vivos o los muertos.
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