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"Expresiones de la ciudad"

"Expresiones de la ciudad"
La ruta del paladar
06/11/2015 08:41

    Sueños internacionales

    Pues eso. Que ahora tengo sueños internacionales. Y me quedo pensando en la vez aquella que le dije a un fulano cuántas eran cinco y de qué color eran los ojos de la Virgen, cuando enojar me hizo al decir que ya estaba harto de Sinaloa, de su mediocridad, de su gente imbécil, de su pobreza intelectual, de su falta de oportunidades, de su retraso medieval. Que por eso planeaba irse, pero ni siquiera a una de las ciudades grandes del país, sino muy lejos, Diosito Santo, de ser posible a Europa, allá donde para él todo era, uy, divi divi divi.
    Ahora que menciono la palabra "fulano", oiga, pues que me metí bajo el cuello de la camisa, como tortuga, cuando Arturo Pérez-Reverte, en pleno barrio de la Santa Cruz de Sevilla, me hizo ver, en lo cortito, que existían palabras que no, calla, aquí significan otra cosa y córrele porque te pego.
    Le había dicho a Reverte que un día antes, recorriendo callejones de Sevilla, había identificado a una "fulana" que me pareció igualita a la "Niña", simpatiquísimo personaje de su novela La piel del tambor. Estábamos compartiendo tapas y tinto español en un bar de sus preferidos, allí donde lo dejan estar con todo y su fama. El del mostrador había traído, a petición de Reverte, unos hongos al ajillo que me tenían golosamente entretenido.
    Y entre hongo y hongo le dije lo de la "fulana" aquella que me encontré quién sabe por qué calle. Entonces se me acercó al oído: "Oye, chaval, aquí fulana significa prostituta, así que bájale al tono". Oír para no decir. Y eso que no le conté de otras barbaridades, como la vez en Madrid que me sirvieron café y bollería, como le llaman a desayunos comunes en la capital española.
    El que atendía la mesa me trajo lo que debía. Y yo me le quedaba viendo a una jarrita, creo que de aluminio. ¿Será más café, acaso algo de crema líquida?, pensaba. Pues hay que descubrirlo, me dije. Y con cuidado tomé el recipiente y le eché un chorrito al café. Y nada, oiga. ¡Que era aceite de oliva!, para untar los cortes de pan que me pusieron en una bandeja. Lo bueno fue que nadie me vio. Eso digo yo.
    Como se dará cuenta, estuve por España, invitado por mi amigo Arturo Pérez-Reverte. Me fui en pleno Día del Niño mexicano y arribé a Madrid a las 5 de la mañana del 1 de mayo. Iba sobre aviso, vía las lecturas: habría de tocarme, al día siguiente, la celebración del Bicentenario del 2 de Mayo, los 200 años cumplidos del coraje español, de la vez que los madrileños y madrileñas, con cuchillos, navajas, sartenes y lo que estuviera a la mano, salieron a la calle a sublevarse contra la ocupación napoleónica.
    Fue otra cosa estar allá, como recorrer los amplios salones del Museo del Prado y quedarme extasiado, por ejemplo, frente a Las Meninas, la obra de Velásquez, considerada como una de las cumbres de la pintura universal, y que yo solamente había visto en reproducciones. Es otra cosa. Y muérase, oiga: estar rodeado, impregnado, maravillado y todo lo que termine en "ado" en medio de la colección completa de Goya, reunida por los Festejos del 2 de Mayo que ya le dije.
    Pero no se muera nada, que suficientes muertitos tenemos a diario en esta nuestra ciudad. Ahora que lo digo, vine a enterarme que el día que me fui, 30 de abril, empezó la refriega en Sinaloa, los enfrentamientos, los ajustes de cuentas y todo lo que usted ya sabe. Por allá me enteraba de cosas, por un lado, por la obsesión de la periodista Bárbara Obeso de mantenerse comunicada con sus amigos. Vía mensajes de teléfono celular, sabía lo que pasaba en Sinaloa.
    Pero también por Carlos Meza Peraza, corresponsal de Notimex en España, hijo de mi amiga Rosa María Peraza, y con quien me estuve reuniendo en Madrid. Gentiles atenciones de su parte. Y pues por él me enteraba de los sucesos sangrientos de Sinaloa. Pero una cosa era oír y otra estar en el terreno del fuego.
    Se lo digo porque llegué a Culiacán el 9 de mayo por la noche. Al transitar por sus calles rumbo a casa, me cayó el veinte de la sicosis provocada en los ciudadanos: sólo tres automóviles se cruzaron conmigo en el malecón. La ciudad también estaba muerta, y en una fecha que empieza la fiesta por aquello del Día de las Madres. Y al amanecer del 10 de mayo, Dios Santo, no escuché ninguna serenata. Y por primera vez, en mi casa, no hubo festejos, al menos como se acostumbraba. Uno se asusta.
    Por eso lo decía que una cosa era oír y otra era estar. Cuando Carlos Meza Peraza me contaba cosas, no captaba la dimensión del asunto. Yo andaba en otro rollo, eufórico luego de haberme devuelto ocho siglos luego de estar en Toledo, la ciudad donde no se hace esfuerzo para trasladarse a la época medieval, allá donde me quedé muchos minutos frente a El entierro del Señor de Orgaz, una de las grandes obras de El Greco, donde me entretuve con la arquitectura musulmana cruzada con la católica, la ciudad, como dijo Cervantes, que sólo unos pocos conocen como se merece.
    No tenía cabeza para lo que sucedía aquí, y de algún modo lo lamento, mientras podía transitar por un lugar como Sevilla, de tantas lecturas al paso de los años, te tantas menciones al hablar de la Conquista de América, pues fue por muchos años el puerto de salida europeo hacia el Nuevo Mundo, desde el Puerto de Indias de Sevilla, se controlaba el saqueo que se perpetraba en las colonias españolas.
    Uta, oiga, qué decir del Archivo de Indias, allá donde se concentra la mayor documentación de la Conquista, de las colonias españolas en sí: más de 9 kilómetros de estanterías, alrededor de 80 millones de páginas reunidas; mapas; dibujos. Y es otra cosa estar en la catedral gótica más grande del mundo, en la Giralda, en los márgenes del río Guadalquivir.
    Y qué decir del fraude de que fui objeto. Mire, oiga, pues como que no es negocio ir a Sevilla y no ver bailar flamenco, como se debe, uno piensa. Y el muy bruto, turista bobo, al fin, fui y me compré un boleto que, creo, me costó como 90 euros, para ir al dizque Palacio Andaluz. Y allí estoy, esperando, cámara en mano, que salieran las maravillas rompiendo piso y tronando manos y castañuelas, y todo lo que diablos truenen. Pero nada.
    Le juro por mis muertos más frescos que cualquier Unidad del DIF Municipal pondría mejores cuadros de flamenco, y con mejor vestuario. Eso se lo dije a Reverte y como compensación, antes de irse aquella noche que nos despedimos, fue y me dejó en un lugar que se llama Carboneras, allá a donde acuden auténticos gitanos. Yo casi esperaba ver a Yesenia, la de Yolanda Vargas Dulché.
    Fui y volví. Y al fulano que aquella vez me hizo enojar por su desprecio a Sinaloa, le digo que cuando uno sale fuera, al volver, y también al estar, quiere más a su tierra. Con todo y sus problemas. Y desde que fui a Europa, suelo tener sueños internacionales. Hace días me soñé en Grecia, acompañado por Gloria Trevi. Antes, mis sueños no pasaban de la ciudad de Guasave. Qué cosas, ¿no?
    jbernal@uas.uasnet.mx