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"El Octavo Día"

"El abuelo"
EL OCTAVO DÍA
08/11/2015 09:56

    Hoy, 12 de abril, mi abuelo Juan Imperial cumpliría 100 años. Tuvo 15 hijos y más de 30 nietos. Le tocó un siglo difícil y, a pesar de que nació con la Revolución, recordaba haber saludado junto con su padre al General Juan Carrasco.
    El que sí anduvo en los balazos -y lo dieron por muerto durante largo tiempo- fue su futuro suegro, mi bisabuelo Alejo León, quien se unió al grupo de La Noria de Justo Tirado y se alzó con el remolino hasta que reapareció por los años 20.
    Como tanto revolucionarios, no recibió gran recompensa. Pasó sus últimos años como simbólico velador en las obras de mi abuelo. Mi padre me contó que se acostaba a dormir sobre una caja de herramienta, hecha con cuatro puertas unidas, armado con el mismo revólver de su juventud, "puesto un ojo al gato y otro al garabato".
    Mi abuelo perdió a su padre en la infancia y salió adelante junto con sus hermanas. Trabajó de joven con don Severo Montero, acabaron mal por culpa de unos gallos de pelea y decidió dejar el campo para dedicarse a la construcción. Lo hizo toda su vida y se jactaba de haber hecho su primer plano con una caja de puros de madera. Las reglas escuadra eran caras y escasas.
    Su mamá, la bisabuela Fermina, era maestra rural. Varias de mis tías se dedicaron al magisterio y en cada pueblo que fueron dejaron una escuela. Es curiosa la vida de esa familia: los hombres andaban en la obra y las mujeres en la enseñanza. Tenían la ilusión vasconceliana de estar levantando una nación.
    En Mazatlán, mi abuelo realizó varias construcciones, algunas como maestro mayor, en otras como contratista y en no pocas ejerciendo funciones de arquitecto. Trabajó con don Isaac Coppel en la Jabonería San Vicente y mi padre de niño anduvo en los andamios, así como en la instalación de los pisos del Hotel Freeman.
    Pienso ir a Tayoltita a ver los edificios que dejó allá. Mi padre estuvo a punto de nacer en el avión que hacía el recorrido de Mazatlán a Tayoltita, un Ford bimotor que aparece en un cuento de Ramón Rubín y, por su diseño novedoso, terminó como reliquia histórica en el Museo Smithsoniano, junto con el inmenso "Ganso" de Howard Hughes y el fragilísimo Flyer de los hermanos Wright.
    Hay abuelos que siempre cuentan su historia. Mi abuelo era de los que nunca contaban "su historia".
    Llegó a ser regidor municipal gracias a su liderazgo en el Sindicato de Trabajadores de la Construcción, allá por los 40, con el Presidente Federico Cuevas. Otro día escribiré esa crónica y su conflicto con el grupo del Ayuntamiento saliente, el cual terminó con una balacera incruenta en el patio del Palacio Municipal.
    Ahí mi abuelo se parapetó tras de un busto de Juárez ubicado entonces en el centro. Ese busto terminó en la primaria Benito Juárez, donde yo estudié y fue directora por más de 20 años una de sus hermanas, mi tía Petra Rodríguez Imperial.
    Hoy sobrevive otra de sus hermanas, mi tía Ángela, y aún atiende su cristalería El Nevado, en plena Aquiles Serdán. Se casó con mi tío Pancho Torrero, exitoso agente de ventas de Francisco Echeguren.
    He mencionado apellidos conocidos sin ninguna pretensión. Era un Mazatlán más chico, donde la gente honrada y trabajadora se conocía y trataba sin ninguna complicación. Mi abuelo siempre se jacto de esas dos cualidades, como un auténtico credo, y hemos tratado siempre de seguir ese digno ejemplo.