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Columna

El Cristo en Dalí en Glasgow

EL OCTAVO DÍA

    Su nombre: Tom Honeyman. Su idea: comprarle a Salvador Dalí un cuadro para exhibirlo en el museo de Glasgow, Escocia. Tema surgido: una visión personal de Dalí sobre la imagen de Cristo crucificado, basada en un dibujo hecho por otro gran español llamado Juan de Yépez, más recordado por la historia y por su iglesia como San Juan de la Cruz.

    En aquel tiempo (1950), Dalí ya tenía fama de loco. Sus pinturas surrealistas, sus experimentos con excremento y chistes sobre la muerte del bebé de Lindberg no le ayudaban a quitarse esa divisa. Pero era un artista admirado a escala global por sus logros estéticos. También era rico y el poeta André Bretón, jugando con las letras de su nombre, le impuso el apodo de “Avida Dollars”.

    El producto fue una propuesta inédita sobre la figura de Cristo. La crítica sostiene que es la pintura religiosa más impactante del Siglo 20. Es una imagen vista desde arriba, en la que no vemos ni el rostro ni el sufrimiento de Jesús. No hay flagelación ni corona de espinas. Sólo majestuosidad.

    Cristo pende en la cruz de manera triunfal en el cielo oscuro, bajo el cual se extiende un horizonte luminoso con un pescador caminando junto a una barca. Parece que Jesús flota sobre el límite existente entre la atmósfera y el espacio exterior.

    Para realizarlo, Dalí le pidió prestado a Jack Warner, su amigo y cliente, un doble de cine para colgarlo con arneses y tomarle fotografías de estudio. También lo iluminó en diferentes ángulos. Los recursos de Hollywood al servicio del arte, la fe y el dinero, claro.

    El cuadro valía 12 mil libras y, luego de varias regateadas de Honeyman, quedó en 8 mil. Aún era demasiado dinero y al firmarse el contrato estalló el escándalo en Glasgow. El Cristo de Dalí había sido comprado con fondos del Ayuntamiento.

    Era mejor gastar en obra social. Faltaban viviendas; resolver la crisis de los muelles. ¿Para que enriquecer más a un excéntrico español? Además, la mayoría presbiteriana no veía bien una obra que fomentase la idolatría. Otros dijeron que Dalí traicionaba a su arte, que esa era una obra sin sus elementos geniales, hecha para ganar dinero y provocar escándalo. Las marchas de protesta iniciaron.

    Un crítico importante – Ian Gibson, biógrafo de Dalí - dijo que el cuadro solo le había gustado a los taxistas y a la gente que no sabía de arte. Lo dijo con sorna y dio en el clavo: eso fue lo mejor que pudo haber acontecido.

    Esa gente comenzó a ir en masa ante la imagen. La ciudad apareció en el mapa cultural de Europa. Honeyman tuvo la precaución de negociar con Dalí los derechos de reproducción y eso hizo que el cuadro se pagara varias veces a sí mismo con dichos ingresos. Diez años, después visitó a Dalí en su fantasmagórica casa de Port Lligat para hacerle ese anuncio e invitarlo al museo, cosa que Dalí declinó por estar entregado a la soledad, el silencio y la locura que exigen las obras maestras.

    Recientemente este cuadro fue elegido como el más popular de Escocia. Glasgow es próspera y reconocida como sitio de interés cultural... no solo por su equipo de futbol. Y lo mejor es que las miras mentales de la gente se han ensanchado, gracias al atrevimiento de un hombre consciente de lo provechoso de invertir en arte y cultura.

    El arte es largo y la vida breve. El dinero es poco y cuesta ganarlo. Pero el goce supremo de una maravilla del pensamiento, puesta al alcance de todos, es una acción que ennoblece a cualquiera. Y si la gente sabe que esa obra es de su patrimonio, aumenta el orgullo que tienen por sí mismos y el terruño en que nacieron. Lograr eso sería siempre una verdadera obra maestra.