"Cunningham se reconcilia con el público mexicano"
MÉXICO (UNIV)._ El coreógrafo y bailarín Merce Cunningham declaró alguna vez: "Me interesa lo suficiente la danza como para ser capaz de ignorar todas las cosas que la rodean. En cierto sentido, he intentado evitar que el ego y el poder, la expresión del universo personal y todo eso me preocuparan en lo más mínimo".
Cunningham vivió como pensaba. Quizá por eso nunca le afectó que durante muchos años su trabajo fuera incomprendido, incluso despreciado.
Su obra, que hoy recoge ovaciones, tuvo sus orígenes hacia mediados de los años 40, casi al mismo tiempo que conoció al músico John Cage, con quien trabajó hasta el fallecimiento del compositor.
A mediados de los años 60, con la claridad de su propuesta escénica, se enfrentó por primera vez en escenarios fuera de Estados Unidos.
A nuestro país llegó en julio de 1968 para presentarse en el Palacio de Bellas Artes con obras de los años 50 y de reciente creación. Entonces, el público quedó perplejo, muchos abandonaron la sala "horrorizados". El abucheo fue casi generalizado; según las crónicas, la gente fue incapaz de comprender el hecho escénico.
La compañía regresó al recinto de mármol en mayo de 1982, con los ahora famosos "eventos" y con música de John Cage y David Tudor. La recepción fue la misma que casi tres lustros atrás.
"Durante la primera media hora sentimos interés, admiración y esperanza en que sucediera algo que nos emocionara, pero no fue así porque las ideas de Cunningham son frías. Los sonidos de Cage llegan a fastidiar al más paciente. No faltaron bostezos en voz alta, silbidos que pasaban más o menos desapercibidos gracias a Cage y su colección de ruidos. Cunningham nos trató de tomar el pelo y lo logró porque estuvimos frente a sus ideas por 90 preciosos minutos, nadie merece ser condenado en esta ciudad contaminada a este tipo de aburrimiento. La compañía Cunningham tiene el acabado de una pieza perfectamente lograda, pero una pieza que no comunica o transmite nada, y el arte sin sentimientos no nos interesa", se escribió en un diario.
Tan sólo cinco días después de la hostil recepción del trabajo de Cunningham, México ovacionó la última coreografía de Maurice Bejart, incluso le lanzaron claves al escenario, acaso la gran muestra de admiración que el público puede darle a un artista.
Ante la incomprensión
El desdén no sólo lo recibió en México, sino también en muchas partes del mundo. Al respecto, declaró en una entrevista: "(El público) no reconocía que estaba experimentando algo, algo que habían decidido que no les gustaba pero que en cualquier caso era una experiencia porque, en cierto sentido, eran parte de ella, incluso si se salían del teatro. Confío en que, de algún modo, fueran parte de la experiencia que supuestamente todos estaríamos compartiendo en el momento de la actuación. Me gusta pensar en el espectador como alguien que viene al teatro a ejercer sus facultades".
El concepto artístico de Merce Cunningham, que al día de hoy sigue siendo revolucionario, según Robert Swinston, bailarín de la compañía desde 1980 y actual director de coreografía, es ver a la música, el decorado y la danza como entes individuales que convergen en un mismo espacio, generalmente un teatro.
Así lo explicaba Merce Cunningham: "Necesitamos un lugar para que todo eso pase a la vez. Y un teatro implica un público. Supongo que ponemos al espectador en un lugar carente de apoyo, pero hay toda clase de acontecimientos en la vida en los que no se tiene ningún apoyo, la complejidad que nos envuelve en el teatro es similar al de la vida, la vida que uno vive".
Sobre la frialdad a la que se hizo referencia en aquella nota periodística, el artista pensaba: "Los bailarines tienen que ser muy fuertes, y además quiero los movimientos claros, sin expresión, para que se vea el movimiento en esa persona y no algo que él o ella hayan añadido y que hace más difícil distinguirlo". Con ello, el artista proponía no sólo ver un movimiento, sino también al ser humano que lo ejecutaba según su propio cuerpo y su visión del mundo, mirarlo como una parte fundamental de la danza.
Cunningham murió en 2009, a los 90 años. Vivió lo suficiente para ser testigo de cómo las nuevas generaciones terminaron por reconocer su aportación a la historia de la danza. Como herencia al mundo dejó planeada una gira de despedida de los escenarios, la cual concluirá el 31 de diciembre de este año en la ciudad de Nueva York.