Imágenes nunca olvidadas reviven con increíble actualidad, surgiendo desde el lugar donde unas pequeñas embarcaciones, al vaivén del ir y venir de las aguas, se mecen, mientras los pescadores afanosamente se ocupan de sus oficios.
Surcando el tiempo, la nave del recuerdo se detiene a contemplar el corretear de unos pequeños en el mismo lugar, entonces todavía despoblado, las aguas se retiran y se acercan con perezosa monotonía.
Más allá, la franja de arena de las playas se extiende, hasta perderse en la lejanía, en un estado pleno de belleza natural, en analogía al primer paraíso, en algún punto escondido.
Con sólo atravesar una arenosa franja de tierra, con un esbozo de vegetación, el mar, con su eterno lenguaje, revela su presencia vigorosa. A poca distancia del lugar, donde el estruendo de las aguas continúa en eco de la briza marina, el grupo de chiquillos, sentados sobre la arena al amparo de la noche, contemplan fascinados el nocturno espectáculo marino, al desgranarse las olas en tonos fluorescentes.
Barras de Piaxtla es ahora un pintoresco poblado, con la vivacidad del pequeño puerto pesquero, el ritmo ha cambiado, pero el lugar es el mismo. Recortado frente a un horizonte marítimo, con el terreno rodeado por la caprichosa erosión del mar, la inquieta paz de la naturaleza virgen se combina con los murmullos de su gente, el acento propio del lugar es una sinfonía con el eco de las olas, su forma directa de contemplar la vida, haciendo sencillos sus intrincados misterios contrasta con las ficticias envolturas de las zonas urbanas.
En el registro de la mente, las imágenes latentes reviven en el contacto de la experiencia con el lugar que las originó.
Más de treinta y cinco años han pasado, a partir de la relativa contabilidad de los acontecimientos, el alma inundada de la primera impresión da paso al presente. Finalmente, con la presencia del hombre toda cultura es cosecha presente de una siembra ya pasada.