Un ángel apunta con su flecha al sexo de una mujer desfallecida. Sus desordenados ropajes muestran el ímpetu con el que ha sido penetrada. La expresión es de arrobamiento. Cubierta de oro y abandonada de sí misma, permanece dentro de Santa María de la Victoria, en Roma. El Éxtasis de Santa Teresa del artista italiano Gian Lorenzo Bernini provocó un escándalo que casi le cuesta la excomunión a su autor. De un realismo sin precedente esta obra cambió los parámetros del arte sacro. La agitación que desató sacudió a la Iglesia, los romanos exigían llevar a Bernini a los tribunales y juzgarlo. La evidente sexualidad de la santa ponía en entredicho a toda la tradición mística. La mezcla de dolor y placer tratados en un plano tan físico eran una afrenta a la castidad impulsada por la Contrarreforma. Conocido por su soberbia, Bernini fue acusado de blasfemo. Su mecenas, fascinado con el poder de la obra y asumiendo su ambigüedad lo convenció de virar ligeramente la flecha hacia el pecho. Con esto rendían tributo a las buenas conciencias de la época. La trasgresión quedaba, digamos, disimulada; les tapaba la boca a los inconformes y salvaba a una maravilla que en otras condiciones no hubiera rebasado la censura. Hoy, La Transverberación de Santa Teresa como también se le conoce, está considerada una de las obras más sublimes y descriptivas que existen. Nadie duda de su buena factura y de su exultante belleza. Es la obra que mejor ejemplifica los alcances del Alto Barroco italiano. A través de Santa Teresa, podemos conocer mucho de las costumbres de una sociedad, sus creencias, miedos, fobias, sueños y prejuicios; y no solo eso, también nos ofrece la posibilidad de conocer la forma en la que la Iglesia dominaba y conducía la vida. Incluso, el análisis de la obra nos permite establecer la hegemonía del Estado y el control que ejercía en sus artistas. Todo esto queda en el pasado, no hay nadie que nos hable porque todos están muertos. Sin embargo, Santa Teresa está ahí, en éxtasis, indemne, lejana a cualquier juicio, interpretación o censura. Útil para recordar qué ocurría en aquellos tiempos, ha logrado trascender y volverse universal. Eso era Roma y eso ocurría en el Siglo 17.
El instante del arte tiene la capacidad de prolongarse y permanecer por siempre como acto puro. No importa la realidad del mundo, la del arte, tiene el privilegio de romper con todos los límites impuestos. La política, la economía, la ciencia, la técnica son disciplinas que se encuentran en constate evolución, tienen un objetivo, mostrar su capacidad de funcionar y son obsoletas cuando aparecen otras opciones. Lo nuevo deja atrás a lo viejo. Lo antiguo se desecha y lo inédito entra en uso, eso sí, con una fecha de caducidad que es su condena.
El arte tiene otra naturaleza. Si bien una obra puede hablar de su tiempo, su virtud es la atemporalidad. El logro de un artista es crear en absoluta libertad y más allá de las condiciones impuestas por determinada política o por los prejuicios de una sociedad. Si consigue trascender las limitaciones del momento, quiere decir que tiene los elementos suficientes para permanecer. En su apariencia, una obra debe mostrar su esencia: su buena factura, la manera en la que un tema es representado (el miedo, la tristeza, la alegría, etc.), las múltiples lecturas que ofrece más allá del propósito con el que fue creada.
La exposición Emiliano. Zapata después de Zapata, tiene una atmósfera cargada de testosterona. El tránsito por la iconografía del Caudillo del Sur nos permite verlo como el gran icono que concentró en su imagen los sueños y las ilusiones de la lucha por la libertad de su pueblo. No está nada mal. La historia de un México en el que se creyó que todos podíamos ser iguales y se trataron de abolir las diferencias que tanto nos pesan hasta ahora, está contada a partir de la imagen del héroe. Gran virtud, este paseo nos permite hacer un recuento de los distintos momentos artísticos de nuestro país y nos lleva a adentrarnos en nuestra identidad, a las distintas formas de interpretación que los artistas han utilizado para expresarse y que ya son parte de nuestra historia del arte. Incluso, la idea de tomar esa imagen tan representativa y dislocarla de sus valores originales para jugar con ella, es una libertad a la que tiene derecho el artista. La apropiación de Zapata está exenta de demandas por derechos ya que es nuestra, nos pertenece a todos. Es pública, tan pública, como la Virgen María. A unos nos gustará que esto ocurra a otros, no; pero justamente es la libertad de crear la que permite que un artista sea elegido como parte de una exhibición y su pieza sea colgada en el muro de un museo.
El marco dorado, deliciosamente kitsch, sirve para arropar a un Zapata con su ya característico bigote. El tradicional sombrero de charro que porta es rosa. El sensual y femenino cuerpo de una pin up, no parece corresponderle. Muestra un falso y provocador candor. La pierna de modelo se contorsiona para rematar en unos increíbles stilettos de la marca Chanel en forma de armas que podrían ser la delicia de un narco. El cursi potro que parecería haber escapado de un carrusel de feria, relincha para dejar ver una erección turgente, deleite de cualquier zoófilo o envidia de un criador de sementales. A manera de sensual velo, su cuerpo es recorrido por una cinta tricolor.
Frente a esta imagen, que permanece indiferente a los acontecimientos, una desbandada de furiosos manifestantes se lanza armados. Protestan frente al Palacio de Bellas Artes y dicen ser representantes de agrupaciones campesinas. La comunidad LGBT+ los enfrenta. La cosa anuncia un zafarrancho. Hay violencia, insultos, heridos. El autor de la obra opina que somos un país homofóbico. Alejandra Frausto, secretaria de cultura, establece su postura: libertad absoluta a la creación y exhibición. La cosa sube de tono, Andrés Manuel López Obrador propone una salida: negocien. Todos sabemos que el arte no es un asunto de agenda prioritaria de nuestro Presidente. Para él lo que hay que evitar es la confrontación. Los involucrados se instalan en una mesa de negociación y se concluye que la imagen sea removida de la publicidad y se coloque una cédula al lado de la pieza en la que se muestre la inconformidad de ciertos grupos con su exhibición.
La cosa pudo terminar peor opinan unos. Las “vacas sagradas” de la curaduría execran la acción, la llaman censura. Los funcionarios interrogados expresan su conformidad con la negociación. El curador de la exposición se lamenta de que en esta época siga existiendo este tipo de reacciones ante una expresión artística. Hay quien dice que al ser colocada la cédula se menospreció; otros, contra argumentan que no, que se respetó su exhibición y que la marca no la daña, sino al contrario, el escándalo permite que su efecto se acentúe. Todas son opiniones.
Por cierto, recordemos, algo parecido ocurrió con la pésima película El Crimen del Padre Amaro, basada en una de las mejores novelas de la literatura portuguesa de Eça de Queiroz. Al ser motivo de escándalo para los moralistas y la iglesia, se convirtió en un éxito de taquilla. Hoy las colas para entrar y las selfis delante del cuadro, son un triunfo para la taquilla de Bellas Artes.
Otra reflexión involuntaria del Zapata gay es la facilidad, rapidez e irresponsabilidad con la que se vierten juicios. De pronto, todos resultan especialistas de todos los temas. Ante cualquier nota, como epidemia de opinionitis, brotan eruditos en política, seguridad, economía, genero, etc; hoy el arte fue el protagonista. Lo curioso es que este es un escándalo que mañana quedará sepultado por otro más morboso. Después de todo, la exhibición y específicamente la obra La revolución, del artista chiapaneco Fabián Chairez, han cumplido su función: el arte no solo es la más sublime de todas las expresiones, también ha servido para que la política, la moral, la ética, los prejuicios de nuestra sociedad se pongan a prueba. Ha sacado a la luz la realidad de lo que somos para bien y para mal.
Como diría Zapata: “la tierra es de quien la trabaja” o lo que es lo mismo, el escándalo es de quien lo propicia.
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@suscrowley