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Luego de Carnaval y Semana Santa, aparece esta semana la solemnidad del Día del Libro como sano recordatorio cultural, previo al intrincado calendario del mes de mayo.
Ahora caerá en domingo el Día Mundial del Libro y la Lectura, nacido por los aniversarios de las muertes de Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso, acaecidos un 23 de abril. (Yo añadiría el nacimiento del novelista Vladimir Nabokov).
Estos aniversarios se complican un poco porque acontecieron en diferentes calendarios, Shakespeare y Cervantes al parecer están diferidos por varios días porque Inglaterra se había negado hacer el movimiento del Papa Gregorio, circunstancia que también afecta a Nabokov, nacido en 1899, merced a que el calendario ruso aún no se movía, al grado que la revolución de octubre de los soviéticos de 1917 en realidad ocurrió en noviembre.
El Día del Libro también es el día mundial de la imaginación. En los libros no sólo se ejerce ese don: también se ejercita la mente para visualizar, comprender y hasta lograr mejores cosas.
La imaginación es el único territorio donde el hombre puede ser libre. (La frase es de Luis Buñuel, que además de cineasta, fue gran lector).
La literatura, pienso yo, es la única nación donde el hombre es libre.
Digo nación como noción de un espacio con fronteras, con leyes propias; terreno ya explorado por otros, medido, legislado y en vigilancia. Un territorio es un lugar aún sin colonizarse o habitarse por sociedades.
No hay nación perfecta, ni siquiera la de la literatura. Pero vale la pena soñarla despierto. Vale la pena, en este Día Mundial del Libro, hacer una apuesta por la imaginación. Entrar a ese territorio salvaje y plantar ahí nuestra bandera propia.
Toda literatura, prácticamente por definición, ayuda a comprender un fenómeno, incluso los de la corrupción, el del narco y la violencia generada a través de él, así como las grandes dictaduras.
La literatura ayuda a corporizar el mal en la mente de inconsciente colectivo. En su momento, los autores latinoamericanos encararon el tema de las dictaduras y de esa forma le dieron forma y corporeidad a un flagelo del continente.
Para ser escritor, es necesario darlo todo, sacrificarse continuamente, pero no es menester arrojarse al vacío. Los académicos encerrados en la cátedra o los vagabundos que trotaron por diversos mundos no siempre entregan una “Mona Lisa” o ya de pérdida un “Guernica”. “Para escribir una obra maestra, primero tu vida tiene que ser una obra maestra”, dijo Antoine de Saint-Exupéry.
No siempre vivir en un mundo aparte hace malos escritores. Hay académicos alejados de la violencia de mundo con obras de valía. Vivir en una torre de marfil puede ser positivo también para el artista.
Hoy caminamos por un mundo de autómatas iluminados, incapaces de salirse de sí mismos, a través de la arcilla de los sueños y la terca lluvia de la memoria. Para ellos el universo es una pauta invisible que se rige con las opiniones de su amigos, flotantes en dispositivos no humanos, así como la partitura de compras y luchas sociales que industrias y gobiernos invisibles hacen llegar desde su gran nube hasta sus neblinas personales.
Huyamos de eso. La literatura también es un escape y una misión. Puede ser punto de fuga y denuncia.
Pero no hay que confundir ambos conceptos ni contextos. La literatura se sirve a sí misma y en el camino aprendemos y nos prendemos todos. Es la mejor vía de escape. Esta semana -y todo el año- préndase, aprehéndanse y sorpréndase con un libro.