Conforme se cierra la mayoría de las elecciones del 6 de junio, se intensifican las discusiones en el círculo rojo (incluyendo a los dirigentes de los partidos) sobre la conducta que conviene adoptar ante unos comicios a la vez trascendentales y decepcionantes para muchos. Afloran paralelos con otros países; se negocian declinaciones; se recurre a maniobras desfachatadas y probablemente inútiles; proliferan encuestas “patito” y ajustes de encuestadores profesionales.
Se ha recrudecido también -lógicamente- la discusión sobre el voto útil (o estratégico en la academia anglo-sajona) y lo que podríamos llamar, siguiendo el excelente análisis de Isabel Turrent hace unas semanas sobre el caso de Francia, el voto republicano. El problema es que en ocasiones, en México, se confunden ambas ideas, cuando en realidad corresponden a situaciones muy diferentes.
Como uno de los que contribuimos a popularizar el término de voto útil para la elección presidencial del 2000, creo que es importante tratar de explicar la diferencia. El voto útil (Monsiváis lo tildó de voto inútil, con magnífico sentido del humor y pésimo sentido político) se da sobre todo en sistemas electorales donde no existe una segunda vuelta, sea presidencial o parlamentaria. Es el caso de Estados Unidos, de México, del Reino Unido, de Panamá y Paraguay, de Camerún, India y Japón, entre otros.
El voto útil consiste en dejar de sufragar por el candidato o el partido que uno preferiría (digamos, en México hoy, Movimiento Ciudadano en Miguel Hidalgo, o Ralph Nader en Estados Unidos en el 2000) para votar por el que puede vencer al candidato o partido que uno aborrece o con el que simplemente discrepa (digamos, el PRI en 2000). De haber segunda vuelta, uno votaría por el partido sinergético o de los cazadores en Francia en la primera, pero por el bueno o el menos peor en la segunda. Si no hay segunda vuelta, ni modo: se vota por el menos peor o el mejor, en la única vuelta que hay. De hecho, como lo vimos en el 2000, las encuestas fungen como primera vuelta. Todos sabíamos que el único candidato que podía sacar al PRI de Los Pinos era Fox. Unos 2.5 millones de votantes de izquierda sufragaron por él gracias a ese cálculo.
El voto “republicano” es otra cosa por completo. Turrent da el ejemplo de 2002 en Francia, cuando de manera inesperada e inverosímil, el candidato fascista, Jean-Marie Le Pen, supera al socialista Lionel Jospin en la primera vuelta y se enfrenta en la segunda al gaullista Jacques Chirac. La izquierda se quedó sin candidato en la segunda vuelta, y en buena medida detestaba a Chirac. Pero entre un conservador demócrata, tradicional, algo corrupto y muy mañoso, y un fascista, racista y troglodita como Le Pen, no titubeó. Los electores de izquierda -socialistas, comunistas, trotskistas, et al- se volcaron por Chirac y este ganó con 82 por ciento del voto. Más o menos lo mismo sucedió en 2017, cuando la hija de Le Pen pasa a segunda vuelta, y el llamado “frente republicano” se inclina por Emmanuel Macron, que triunfa con 66 por ciento del voto.
El voto “republicano”, a diferencia del voto útil, en México hoy no se refiere a la “chiquillada”, es decir, los tres partidos nuevos y Movimiento Ciudadano. No son pertinentes, salvo en algunos estados o distritos. Por ejemplo, en la alcaldía de Miguel Hidalgo, o en Sonora, votar por excelentes candidatos de MC es desperdiciar el voto: no pueden ganar, pero gracias a ellos puede perder Va por México en una contienda cerrada. A la inversa, en Nuevo León o Campeche, votar por el PRI o por el PAN equivale a apoyar a Morena. Pero en la gran mayoría de los casos, el voto republicano, a diferencia del voto útil, reside en votar por cualquier candidato que pueda ganarle a Morena, por mucho que parezca aborrecible.
¿En que se parece la elección de junio a las de Francia en 2002, en 2017 o el año entrante (Marine Le Pen, igual de fascista que su padre está empatada con Macron en las encuestas)? Depende del análisis que cada quien haga de López Obrador, de Morena, y de los gobernadores y diputados que presenta en la boleta. En la inmensa mayoría de los casos, la elección de junio debe ser, y será, una elección local.
Pero para la comentocracia, para el círculo rojo, para los votantes con educación superior, debe ser sobre el futuro de la democracia, de la globalización y de la modernidad de México. Morena es una amenaza para todo ello, y lo ha demostrado durante dos años y medio. Es el equivalente de los Le Pen, pero dizque de izquierda. Los candidatos de la oposición en cada distrito, en cada estado y en cada municipio, pueden ser más o menos presentables, como Chirac o Macron para la izquierda francesa. Ese no es el tema. El asunto es si se apoya en los hechos a Morena y a López Obrador, o con pinzas de tendedero se cruza la boleta a favor de Va por México. Ese es el voto republicano; el voto útil es otra cosa.