Cuando alguna persona querida fallece, exclamamos un deseo que se convierte en plegaria: “Descanse en paz”. Sin embargo, lo que deseamos para toda persona en el postrer viaje, pocas veces lo asumimos en vida, como expresó Ana María Rabaté:
“Si deseas dar una flor no esperes a que se mueran... Nunca visites panteones, ni llenes de tumbas flores, llena de amor corazones... en vida, hermano, en vida”.
Al recibir en audiencia a unos peregrinos de Hungría, el Papa Francisco indicó que Budapest es una “hermosa ciudad de puentes y de santos” y los invitó a “dar a las jóvenes generaciones un futuro de esperanza, no de guerra; un futuro lleno de cunas, no de tumbas; un mundo de hermanos, no de muros”.
Su mensaje se centró en el don de la paz que Jesús Resucitado concedió a sus discípulos: “No olvidemos, hermanos y hermanas, que la realización de este gran don comienza en el corazón de cada uno de nosotros; comienza en la puerta de mi casa cuando, antes de salir, decido si quiero vivir ese día como un hombre o una mujer de paz, es decir, vivir en paz con los demás. La paz llega cuando decido perdonar, aunque sea difícil, y esto llena mi corazón de alegría”.
Culiacán, como Budapest, también es una ciudad de puentes y de santos. No nos referimos al santo canonizado, sino a los santos de la comunidad que viven de manera diferente, como auténtica levadura. El don de la paz, dijo el Papa: “comienza en la puerta de mi casa cuando, antes de salir, decido si quiero vivir ese día como un hombre o una mujer de paz, es decir, vivir en paz con los demás. La paz llega cuando decido perdonar, aunque sea difícil”.
¿Vivo en paz?
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