Las cámaras que no quieren ver
Robarle cámaras de seguridad al Gobierno de Sinaloa se ha vuelto más fácil que despojar a un ciego de las limosnas que colecta en un día de mendicidad. Nadie puede explicarse cómo ocurre ante los ojos vigilantes de la Policía tal acto de ilusionismo, escapismo y prestidigitación, para dejar boquiabiertos a los operadores del Centro Estatal de Comando, Control Comunicaciones, Cómputo e Inteligencia.
Ha de ser, y esto resulta más verosímil, que existe otra realidad que se esconde detrás del fabuloso cuento de maleantes invisibles, gatilleros con puntería de francotiradores, y cámaras ciegas. Deberían intentar una historia de vaqueros antes del burdo montaje que le causa risa al ciudadano y afrenta a la autoridad.
En la cadena de pérdidas materiales por la violencia, las cámaras de vigilancia se están situando en primer lugar. De acuerdo a datos oficiales, en 20 meses de la actual administración pública estatal han sido robadas o dañadas 376, de las que 98 corresponden a 2017 y las otras 278 a 2018, con corte al 8 de septiembre.
El daño económico es cuantioso, si se toma en cuenta que en abril de 2017 el Gobierno de Sinaloa informó de la inversión de 47 millones de pesos para cubrir cien puntos con cámaras fijas en Culiacán. Y peor aún si el gasto se contrasta con los resultados, porque mientras en urbes como la Ciudad de México estos aparatos se han convertido en coadyuvantes eficaces del combate al delito, aquí obstruyen la investigación criminalística.
En hechos de delincuencia de alto impacto han resultado de adorno. Derivado del ataque a militares que le costó la vida a cinco soldados el 30 de septiembre de 2016, el Ejército posee un informe demoledor sobre el fraude de las cámaras que no ven ni transmiten señales a C-4, lo que da fuerza a la hipótesis de que todo ese sistema funciona a la perfección si se trata de guiar a la delincuencia para que se mueva a sus anchas por las ciudades.
En mayo de 2017 el fiscal Juan José Ríos Estavillo reveló que en Culiacán sólo funcionaba el 9 por ciento de las 400 videocámaras instaladas, sin conocerse el estado actual de la estructura citadina de fisgoneo policiaco. Enseguida se conoció el motivo: Sergio Torres Félix, en el cargo de Presidente Municipal, canceló el pago de las pólizas de mantenimiento.
Hay algo detrás de cámaras en la incidencia de ataques a este sistema de monitoreo urbano. Algo muy turbio que empaña la visibilidad. Es poco creíble que la delincuencia se dé tiempo para instalar escaleras y hurtar los equipos o que maleantes con puntería propia de los pistoleros del viejo oeste les disparen para inhabilitarlos, sin que quede registrado en los servidores evidencia para ubicarlos y sancionarlos.
En tal contexto que cada vez hace menos creíbles las explicaciones sobre el enredo de las cámaras de vigilancia urge la realización de una auditoría profunda al sistema de videoseguridad para certificar cuáles dispositivos sí funcionan y cuántos no, la eficiencia en la capacidad de respuesta de C-4 que está en duda, así como la aportación de datos de dicha red para el esclarecimiento de delitos.
Desde 2009 , cuando el entonces Alcalde Jesús Vizcarra Calderón implementó el sistema de vigilancia remota, los gobiernos subsecuentes han sido exhibidos en la farsa de la videovigilancia que acabó siendo negocio a costa de la intranquilidad de los sinaloenses. El desmantelamiento de las cámaras de seguridad no lo inició la delincuencia vertebrada, sino la corrupción organizada que seis años nos hizo creer en el “big brother” que en realidad fue el “big fraud”.
Re-verso
Te peinas porque a veces,
La cámara sí funciona,
Y toma la muy soplona,
La selfie que te mereces.
La mirada potente
Las cámaras que sí funcionan son las de los dispositivos móviles que ayer transmitieron como denuncia pública la golpiza que guardias de Plaza Fórum de Culiacán le propinaron a una persona que buscaba qué comer en los depósitos de basura del centro comercial. Ojalá que este video lo hayan visto las autoridades correspondientes para que les hagan ver a los agresores que de acuerdo a la Constitución todos somos iguales, sin importar las prendas o el hambre que traigamos.