La palabra sancochar es antigua y de uso menos frecuente en las nuevas generaciones. Su significado, de acuerdo con el diccionario de la RAE, es: “Cocer la comida, dejándola medio cruda y sin sazonar”.
Ángel Rosenblat, en su libro “Buenas y Malas palabras en el castellano de Venezuela”, señaló la utilización de esta palabra en 1611, en una oración mágica para amansar o desbravecer a una persona, durante un proceso inquisitorial en Cartagena de Indias: “tres varitas de cedro negro cortaréis, en las piedras de Satanás las amolaréis y en la paila de Barrabás las sancocharéis”.
Su uso es tradicional en el lenguaje de la cocina: “sancochas las verduras”, por ejemplo. En República Dominicana existe un platillo típico llamado “sancocho”, mientras que otro se llama “salcocho”, cuando se cuece en agua y sal.
Rosenblat defendió el uso de los términos familiares: “el habla familiar, el habla cotidiana, el habla de los amigos, de los novios, de la familia, no responde a las normas generales a que está sometida por ejemplo la expresión de los escritores cuando escriben un ensayo o de los oradores cuando se dirigen a un público. Las expresiones familiares tienen cierto privilegio. Diría, quizás, cierta impunidad”.
José María Rodríguez Olaizola no utilizó el verbo sancochar en su poema “A medio hacer”, pero aplica igualmente: “Estoy a medio hacer. Soy barro entre tus manos. Bosquejo que promete belleza. Soy historia inacabada. Un instrumento de cuerda que afinas con paciencia.
Agregó: “Soy la figura cautiva en un bloque de mármol que tú sigues liberando. Soy ese mediodía que aún no sabe atardecer. Me tienta el conformismo. Darme por terminado. Creer que esto era todo. Mas tú insistes. Tú, el alfarero, el pintor, el autor, el músico. Tú, el escultor, el tiempo, Dios”-
¿Sancocho mi vida?