Verdades sesgadas en la UAS

    Uno de los principales problemas de la UAS es la promoción sesgada de ciertos indicadores de calidad, lo cual, en lugar de fortalecer nuestra imagen, termina por perjudicarla.

    La Universidad Autónoma de Sinaloa es una institución de fuertes contrastes, con logros individuales notables, pero también con serios retrocesos. Uno de los principales problemas es la promoción sesgada de ciertos indicadores de calidad, lo cual, en lugar de fortalecer nuestra imagen, termina por perjudicarla.

    Este discurso sesgado forma parte de un esfuerzo que, desde hace años, busca distorsionar la realidad de nuestro centro educativo en beneficio de un proyecto liderado por la actual administración, el cual tiene un enfoque académico muy pobre. Lo cual quedó evidenciado con la abrupta suspensión de actividades en la UAS recientemente.

    En particular, se intenta proyectar una imagen exagerada de la UAS en dos aspectos fundamentales. Por un lado, se promueve la idea de que somos la tercera universidad más importante del País. Por otro, se sostiene que formamos recursos humanos de alto nivel académico. Si bien ha habido avances en estas áreas, debemos ser objetivos y críticos al reconocer que aún queda mucho por hacer.

    El ranking del Times Higher Education es un ejemplo claro de la manipulación de la información por parte de la administración de la UAS. Este ranking clasifica a las universidades a nivel mundial utilizando varios indicadores, como la calidad de la enseñanza, la investigación, el prestigio internacional, la colaboración con la industria y el impacto medioambiental de la investigación. A cada universidad se le asigna un puntaje basado en estos indicadores, y las instituciones mejor posicionadas se clasifican de forma individual hasta el puesto 200. A partir de ahí, las universidades se agrupan en bloques de 50 hasta el lugar 400, en grupos de 100 hasta el 600, de 200 hasta el lugar 1200, y luego en grupos de 300.

    La UAS se encuentra en el rango de universidades que ocupan los lugares 1200 a 1500, un grupo en el que también están muchas otras universidades de México. Dentro de este rango, no se puede saber con precisión en qué posición exacta se encuentra cada institución. Sin embargo, lo que sí es evidente es que la UAS no se encuentra entre las universidades líderes del País.

    A pesar de esta realidad, la administración de la UAS ha optado por una interpretación distorsionada de los resultados del ranking. Como el Tecnológico de Monterrey está en el rango de 600 a 800, se le considera la mejor universidad de México. La UNAM, en el rango de 800 a 1000, es vista como la segunda mejor. Sin embargo, la administración de la UAS deduce que, debido a que la Universidad está en el rango de 1200 a 1500, esto la convierte en la tercera mejor del País, ignorando a otras instituciones que también están en ese rango.

    Esta estrategia de manipulación de la información no beneficia a la institución, en lugar de fortalecer la imagen de la UAS, daña su credibilidad.

    Asimismo, la formación de los estudiantes de alto nivel académico está en riesgo debido a las políticas impulsadas por la actual administración, que priorizan intereses políticos sobre objetivos académicos. Aunque existen algunas excepciones destacables, la mayoría de los estudiantes no logra competir con aquellos de otras universidades del País. Este problema se debe a tres factores principales que afectan directamente su formación.

    Primero, la falta de infraestructura adecuada, tanto en laboratorios como en aulas, incluso en las instalaciones sanitarias, limita la capacidad de los estudiantes para aprender en un ambiente óptimo.

    Segundo, muchos estudiantes han desviado su atención de las clases para participar en marchas y actividades políticas que no aportan a su desarrollo académico, afectando el seguimiento del programa escolar y el avance en los temas. Especialmente cuando se suspenden las labores universitarias, como sucedió el 4 de octubre pasado.

    Tercero, la falta de democracia interna en la Universidad ha perjudicado la formación de los estudiantes. En lugar de aprender sobre el diálogo y la crítica, se enfrentan a un entorno poco plural que limita su comprensión de cómo deberían funcionar las instituciones en una sociedad libre, democrática y popular.

    Es urgente que pasemos de la ficción a la realidad en la Universidad. Debemos darle vuelta a la página y reconocer que necesitamos enfocar nuestros esfuerzos y recursos en el desarrollo académico de la institución, un área que ha estado desatendida en los últimos años. Es necesario que dejemos de aceptar como verdades las narrativas sesgadas que la administración actual impulsa.

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