@jorgezepedap
La campaña de vacunación ofrecería a las autoridades mexicanas una posibilidad de redención frente a las muchas críticas que ha desatado el manejo de la epidemia. Y es que cada vez es más evidente que, con 150 mil muertos reconocidos, el desempeño de México frente al Covid-19 no ha sido para presumir. Somos el cuarto país en el mundo por el número de decesos y si bien es cierto que con los altos niveles de diabetes y obesidad nuestro país estaba destinado a ser uno de los más flagelados, siempre quedará la duda: ¿cuántos muertos podrían haberse evitado si los responsables no hubiesen desdeñado el uso de tapabocas y la aplicación de pruebas o hubieran impulsado una estrategia que sumara a otras instancias de gobierno e iniciativa privada en la lucha contra la pandemia, en lugar de marginarlas?
Al margen de las evaluaciones que habrán de realizarse para determinar los méritos y deméritos de las autoridades durante la pandemia, en este momento el verdadero reto es encontrar la manera de vacunar a la población en el menor tiempo posible. Literalmente se trata de una cuestión de vida o muerte para muchos mexicanos. Alcanzar la inmunidad masiva es una cuenta regresiva fatal pues de ella dependerá que algunos miles sigan contándose entre los vivos al terminar este año. En ese sentido, comienza una segunda etapa igual o más decisiva que la anterior. No fuimos muy exitosos en la primera fase, ojalá no sea el caso de esta segunda.
Hasta ahora lo poco que sabemos sobre la estrategia de vacunación presentada por las autoridades parecería también prestarse a la polémica. Nada que objetar sobre la segmentación de grupos y el orden en el que serían inoculados: personal de servicio médico primero, y luego el criterio de las edades, comenzando con los adultos mayores, cruzado con la población que padece alguna precondición. Con pequeñas variantes prácticamente todos los países han adoptado criterios similares. Otra cosa es el plan logístico diseñado para la monumental tarea de distribuir y aplicar las vacunas masivamente a la población. Las dudas han comenzado a surgir desde el primer momento.
Según informó el propio Presidente la estrategia estaría centrada en el desplazamiento de diez mil brigadas formadas cada una por doce personas de las cuales cuatro son promotores que laboran en programas sociales, dos miembros del sector salud, cuatro elementos de las fuerzas armadas y dos voluntarios. A juzgar por esta descripción solo dos personas de doce estarían capacitadas para vacunar, lo cual llevaría a preguntarse si hay un desperdicio burocrático en todo ello. Ya el diario Reforma publicó hace unos días una polémica foto en la que se contrastan dos imágenes de vacunación, una en México y otra en Estados Unidos. En la primera una enfermera inocula a una persona mientras ocho miran cómo lo hace; en la segunda ocho enfermeras ordenadas en fila inyectan simultáneamente a ocho personas, sin ningún mirón de por medio. Más allá de que se trate de una imagen aislada y que el proceso apenas comienza, la imagen constituye una alerta ante un riesgo real. Dos “vacunadores” apoyados por otras diez personas puede justificarse en el caso de brigadas que deban desplazarse a lugares lejanos, peligrosos o accidentados. Pero alrededor del 70 por ciento de la población habita en localidades de 15 mil habitantes o más. Esto significar que la mayor parte de la campaña tendría lugar en un territorio con alta densidad demográfica, donde el personal de las brigadas se volvería redundante: una oficina de vacunación en la que existan 5 o 6 sillas o estaciones de inoculación supondría que los otros 50 o 60 miembros de la brigada estarían afuera protegiendo u organizando el arribo de pacientes. Un exceso, por donde se le mire.
La aritmética es tan absurda que lleva a suponer que la información dada a conocer es parcial. Quizá el Presidente omitió que las brigadas se orientarán esencialmente a las zonas rurales, y eso tendría sentido. Pero en las ciudades se requeriría de una extendida red de centros de aplicación en los cuales la población pueda acudir por turnos de manera ordenada y para ser atendida ágilmente y bajo el mínimo de riesgos. Para tales efectos se necesita poner el énfasis en el personal médico, apoyado y protegido, por supuesto, pero no a razón de cinco a uno.
Sería conveniente, pues, una estrategia partida en dos lógicas diferentes: una en las poblaciones urbanas donde las personas puedan acudir a centros de vacunación diseminados en una red de edificios públicos, parques, centros comerciales, etc. Y otro esquema para las situaciones en los que la unidad de vacunación deba desplazarse para encontrar a los pacientes. Obviamente se trataría de dos logísticas distintas.
En el caso de las ciudades, en lugar de invertir recursos y perder tiempo en la organización de brigadas, habría que diseñar el sistema para que la población pueda desplazarse de manera escalonada a la unidad de vacunación más cercana. Sea por vía digital, o un esquema de apellidos, fechas de nacimiento y códigos postales para tomar turnos, o cualquier procedimiento similar.
Hay un atractivo épico en la idea de formar brigadas de vacunación que recorran desiertos y montañas para llevar alivio a las comunidades aisladas y empobrecidas. El problema es que los que se están muriendo en mayor medida son los que viven y se desplazan en ambientes hacinados. Alcanzar la inmunidad masiva solo se puede lograr atendiendo, justamente, a las masas. Y estas son las que se encuentran en el transporte colectivo, en los tianguis de comercio informal, en las aceras del centro de las ciudades.
No podemos marginar a los habitantes del campo, desde luego, y es loable que el gobierno haya presentado un esquema para atenderlos. Pero no existe información para el resto de la población: ¿qué papeles se necesitan? ¿Se tomarán turnos? ¿A través de qué mecanismo? ¿Dónde?. Urgen respuestas, certidumbres, soluciones. La cuenta regresiva sigue su marcha.