En el estado de Veracruz hay más fosas clandestinas que municipios, así se titula un artículo de Luis Pablo Beuregard en el periódico El País.
Es un comparativo que podría resultar chocante, perturbador, pero es verdadero.
En el último sexenio han asesinado a más de cien mil personas en México.
Sus cuerpos apenas cabrían en el estadio Azteca más tres veces el Auditorio Nacional, quizá por eso hace pocas semanas un par de tráileres circulaban en Jalisco con más de trescientos cuerpos en descomposición.
Escribo y me incomodan las imágenes, me avergüenzo de no conocer las historias, los nombres, las vidas de estas personas; siento pudor de no saber contar su identidad y sólo saber contar su estadística.
Cuando era niña pensaba que los médicos eran los profesionales con el oficio más noble del mundo: atender enfermos, salvar vidas, sacrificar horas de sueño para pelear a brazo partido contra la muerte en un quirófano. Pero es que cuando era niña no pertenecía a esta calamidad que llamamos clase media ni me habían taladrado el cerebro con esa entelequia que llamamos calidad de vida y que incluye un seguro de gastos médicos que lo único que te asegura es que vas a pagar hasta $500 por un pedazo de gasa y otros $800 por una jeringa y una bolita de algodón. De los honorarios, la actitud codiciosa, voraz y la absoluta falta de empatía de algunos, —o muchos— médicos, mejor ni hablamos.
Así que ahora sé que si hay un oficio noble es el del periodismo. Noble y valiente por extrañas que suenen esas palabras en tiempos dosmileros, digitales y memescos. De meme, quiero decir.
Se necesita tener vocación de titán, alma gladiadora o quijotesca, cierto estado alterado de conciencia para dedicarse al periodismo en un país donde el peligro para ejercer tal oficio es una promesa de violencia, de agotamiento vitalicio y, en muchos casos —más de 45 en los años recientes: de asesinato.
Pero es que imagino que es también la curiosidad vital, la belleza de pensar, de acercarse a lo más parecido a la verdad, de descubrir.
Se necesita cierta imprudencia kamikaze para no detenerse sabiendo que en el último sexenio, el 50% de las agresiones hacia los periodistas fueron cometidas por funcionarios públicos. Lo voy a repetir: el 50% de las agresiones hacia los periodistas fueran cometidas por funcionarios públicos. En México. Pero algo me dice que el resto del mundo, con sus matices, claro; no es muy diferente.
Escribo y pienso, ¿cómo es que me salió este texto apocalíptico y espeso, si yo quería agradecer por su trabajo iluminador a los periodistas, celebrar que existen? Decirles algo bonito, pues.
Pero es que la verdad no siempre es luminosa ni bonita, la verdad es.
Pienso también en la memoria, esa extraña función de nuestra especie que es deuda y responsabilidad colectiva.
Cuando Primo Levi escribió sobre el horror de Auschwitz: “si ocurrió, puede volver a ocurrir”, nos convocaba a todos a ejercer la memoria y no todos hemos cumplido. Los periodistas sí, ellos son memoria y temblor profético, son puertas y ventanas que se abren.
Miles de desaparecidos, cientos de fosas clandestinas, cabezas cercenadas, periodistas que arriesgan y pierden la vida para contar el mundo que no debemos olvidar. Gracias a ellos por ser memoria, por atender a Primo Levi cuando escribió en 1947 Si esto es un hombre:
Ustedes que viven seguros
en sus casas cálidas
los que se encuentran, al volver por la tarde,
la comida caliente y los rostros amigos:
consideren si es un hombre
quien trabaja en el fango
quien no conoce la paz
quien lucha por medio pan
quien muere porque alguien dijo un sí o un no.
Consideren si es una mujer
quien no tiene cabellos ni nombre
ni fuerzas para recordarlo,
vacía la mirada y frío el regazo
como una rana invernal.
Piensen que esto ha sucedido:
les encomiendo estas palabras,
grábenlas en sus corazones,
al estar en casa, al ir por la calle,
al acostarse, al levantarse,
repítanlas a sus hijos.
O que su casa se derrumbe,
la enfermedad los imposibilite,
y sus descendientes les den la espalda.
Sinembargo.MX
@AlmaDeliaMC