Durante las campañas se habló mucho de temas urbanos, sobre todo los y las candidatas a las presidencias municipales. Siempre me ha llamado la atención el énfasis que se le pone al tema de la pavimentación de las calles al grado de que pareciera que es lo más importante que una administración municipal pudiera hacer. No están errados los y las candidatas si se trata de conseguir votos ya que la ciudadanía en general es a lo que más aspiran, a tener buenos pavimentos en las calles y pareciera incluso que con eso estarían satisfechos.
Esto me lleva a la reflexión de cuánto en cultura del urbanismo nos falta por conocer. Los temas sobre movilidad urbana, calles, medio ambiente, seguridad en la vía pública, etcétera, aunque los discutimos frecuentemente, todos opinamos sobre lo que pasa en lo inmediato y reaccionamos desde nuestra propia trinchera, pensando en las afectaciones personales, sin analizar los problemas desde la perspectiva de otras personas quizás más vulnerables en el espacio urbano, como los peatones, las personas mayores o las que tienen alguna dificultad motriz, mujeres, niños, etcétera.
He visto como en redes sociales cuestionan y critican duramente la actitud de quienes rechazamos los puentes peatonales -que no deberían existir en las ciudades- y casi santifican a unos perritos que sí utilizaban esta infraestructura. Es decir, las personas tienen que hacer lo que hacen los perros para salvar sus vidas, pero nadie reflexiona si toda la gente tendría la misma condición física que tienen estos animales.
Una vez estaba en una farmacia ubicada frente a una escuela primaria y me percaté de que se había generado un choque por alcance en la calle junto a la escuela donde hay un tope. Lo sucedido era muy obvio: el carro de adelante redujo la velocidad al mínimo para atravesar el tope y el carro que venía detrás -seguro a exceso de velocidad o distraído por algo- no alcanzó a frenar y le chocó por detrás. La dependiente de la farmacia aludió a la “mala idea” de poner un tope en ese lugar. “Antes no pasaba nada y ahora a cada rato chocan”. Mi comentario, según yo, fue lleno de lógica: El conductor de atrás venía a exceso de velocidad -en zona escolar son 20 km/hr- quizá distraído y como es una zona donde cruzan muchos escolares, es indispensable que existan reductores de velocidad como los topes. El único problema que ahí veo es el exceso de velocidad.
Traigo este ejemplo porque como eso hay infinidad de temas que la gente aborda de manera inercial, como lo experimenta en el momento. Por ejemplo, cuando hay muchas hojas secas en la calle, la gente expresa que los árboles “tiran basura” y poco reflexionamos sobre el oxígeno, la frescura y otros beneficios que nos proporciona cada árbol para nuestro bienestar. Incluyendo las hojas secas que las ofrece para enriquecer la tierra de la que él y otros organismos se alimentan. Cuando hay mucha basura en la calle o en los baldíos, generalmente pensamos en un mal servicio público y no pensamos en un mal hábito ciudadano. Si se inundan nuestras calles pocos aceptamos que una consecuencia es la impermeabilidad de la ciudad, es decir, cada metro cuadrado que pavimentamos o construimos de un jardín, un patio de tierra o incluso un empedrado; es un área más de agua de la lluvia que impedimos filtrar al subsuelo. Al sumar todo el suelo permeable de una ciudad nos da por resultado la acumulación de agua, es decir, las inundaciones.
Todo el impacto a la salud que genera un modelo de movilidad basado en vehículos motorizados es casi invisible a la ciudadanía. Tenemos padecimientos por ruidos excesivos, aires contaminados, altas temperaturas por exceso de pavimento y escasez de árboles, accidentes mortales todos los días, gente que queda lisiada de por vida, padecimientos por poca actividad física (es difícil caminar o andar en bicicleta con seguridad y comodidad) y todo ello parece “normal” en una ciudad. Son “males necesarios”.
A pesar de todos los padecimientos que una ciudad en expansión nos genera, seguimos pensando que es necesario, que crecer es símbolo de progreso o desarrollo en las ciudades. Este es un mito que está haciendo mucho daño a las ciudades. Generalmente se expanden, la población emigra a la periferia, a fraccionamientos vacíos o peor aún a pequeños cotos cerrados donde les prometen vivir casi en el paraíso. Esta migración genera vacíos en los centros urbanos que provocan cambios de uso de suelo que dañan cada vez más la vida urbana. Proliferan ahora en las ciudades los fraccionamientos privados habitacionales, sin vida pública, y las seudoplazas que ahora proliferan y no son más que grandes estacionamientos con locales alrededor en forma de T o de U con algún restauran o bar en los extremos para “animar” el lugar y listo. Esto no es hacer ciudad, esto es segregar, fragmentar y destruir ciudad.
Todo lo anterior, tiene que ver con la cultura urbana y la necesidad de tener conocimiento de lo que en realidad le conviene a la ciudadanía. Son conocimientos poco populares y que hacen que la ciudadanía siga aspirando a lo común, a seguir “creciendo” como ciudad sin pensar en todo lo que ello implica para la calidad de vida. Cuando la gente pide pavimento, está pidiendo sin querer más padecimientos de salud, menos árboles, más calor, más inundaciones y, paradójicamente, más congestionamiento.
No pretendo con esta columna revertir las prioridades de lo que la gente aspira a tener, lo que sí pretendo es motivar a una reflexión de cuánto necesitamos a nivel social educarnos en nuestro imaginario sobre cultura urbana y conocer las bondades de los proyectos donde gana la gente, donde se aporta para el bienestar común y se logra un espacio público más democrático y con ello más ciudad. Por ahora, no está sucediendo así, ni percibo pistas de que pronto pueda suceder.
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