Ur-populismo

    El discurso populista se instala en el universo de los símbolos. No deja de recrear la enemistad. La tarea esencial del gobierno es cuidar la trama de su cuento. Por eso no hay momento en que no se hable de la recuperación de la gloria perdida de una potencia decadente o de escribir el Cuarto Capítulo de la Historia Patria.

    El populismo no paga aranceles. En cada encarnación local se presenta como planta originaria: una respuesta que nace de lo profundo de la historia propia para atender su circunstancia.

    Cada versión evocará su linaje, citará a sus paladines y dará rienda suelta a sus odios, pero no cabe duda de que todos los populismos comparten un estilo, usan el mismo vocabulario y que sus reflejos tienen el mismo resorte. Importa poco que el populismo sea de derecha o de izquierda.

    Puede ver en el migrante pobre a la amenaza a la identidad o en la élite la causa de todos los males. Hay un populismo primordial que sigue en todo tiempo y en cualquier rincón del mundo el mismo libreto. Ver el segundo gobierno de Trump desde México es constatar ese paralelo.

    La furia con la que ha vuelto al poder es remedo de lo que hemos vivido en el país desde hace siete años. La destrucción como emblema de cambio verdadero; el ataque a los medios y el afán por intimidarlos; la burla de la ley; el ataque a cualquier núcleo de discrepancia; el desprecio por la verdad y la ciencia; el acoso a los críticos; la persecución de los jueces independientes; la extorsión empleada abiertamente como instrumento de gobierno y el combate a cualquier intermediario

    Umberto Eco hablaba a finales del siglo pasado del Ur-fascismo. Se refería al fascismo primordial que podía cambiar de traje, pero no de cuerpo. Las formas podrían cambiar, pero en el fondo era una reacción a la modernidad que encumbraba el irracionalismo y la guerra perpetua. No trataba de formular una seca definición académica.

    Recordaba el semiólogo que, a los 10 años, tuvo que participar en el concurso de las juventudes fascistas para responder si debía morir por la gloria eterna de Mussolini y el destino inmortal de Italia. Eco contestó que sí. Era un niño listo.

    Hay también un populismo primordial que refleja una manera de entender el mundo y de procesar el conflicto; una forma de lidiar con los desafíos económicos y de cincelar bélicamente la identidad. La primera nota de esta política es el rechazo de cualquier mediación.

    Entre el caudillo y el pueblo no debe haber ningún intermediario. El populismo sueña con el poder de un Estado sin administración. El rechazo a las mediaciones es rechazo a la deliberación. La legitimidad es el trofeo de un vencedor.

    Una elección no es configuración del pluralismo, sino la pelea que define al ganador y a los excluidos. El voto es, de esa manera, la ratificación de un programa innegociable. De la misma manera en que los populistas del norte justifican el proteccionismo de los aranceles como instrucción inapelable de los votantes, los de aquí defienden la destrucción del Poder Judicial como una orden electoral.

    El discurso populista se instala en el universo de los símbolos. No deja de recrear la enemistad. La tarea esencial del gobierno es cuidar la trama de su cuento. Por eso no hay momento en que no se hable de la recuperación de la gloria perdida de una potencia decadente o de escribir el Cuarto Capítulo de la Historia Patria.

    Frente al tedio del viejo consenso, el populismo aviva la pasión política. Enorme talento han tenido los populistas para registrar el clima emocional de nuestro tiempo y ofrecer una epopeya a la medida de las frustraciones contemporáneas.

    Para el populista de aquí o de cualquier otro lado, la destrucción es el atajo de la acción. Antirreformistas por naturaleza, los populistas comparten la devoción revolucionaria por la clausura definitiva del pasado.

    Demoler el viejo orden es su satisfacción más intensa. Permite celebrar festivamente la muerte de lo antiguo sin tener que esmerarse en la fundación de la alternativa.

    Antes de diseñar un mejor sistema para distribuir medicinas, hay que destruir el mecanismo existente. Lo importante es romper. Ha quedado atrás el viejo orden, dicen refiriéndose al libre comercio o a la independencia de los jueces. Lo que viene adelante será necesariamente mejor. Los dolores que causen las demoliciones valdrán la pena.

    Escuchar a Trump y a sus voceros es escuchar el eco de lo que hemos escuchado durante los últimos siete años. Asalta la pregunta una y otra vez si lo que dicen es cita directa de López Obrador o Sheinbaum o simplemente una paráfrasis. Lo cierto es que los populistas de ambos lados del río comparten cuento, vocabulario y manías.

    ATICO

    El populismo se instala en el universo de los símbolos. La destrucción es el atajo, aviva la pasión política.