Habrá que decir que López Obrador se equivoca rotundamente al meter a la UNAM en una definición simplista, impropia de un jefe de Estado. No hace sino arrojar al fuego una brasa más contra las capas medias, contribuyendo a que estas se alejen otro paso de la 4T.

    De los presidentes del periodo 1994-2018, ninguno estudió en la UNAM. Por supuesto que no hay ley alguna que indique ese requisito para ponerse la banda presidencial, lo cual sería absurdo, pero desde Miguel Alemán (1946-1952) hasta Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), con la excepción de Ruiz Cortines, los inquilinos de Los Pinos estudiaron sus licenciaturas en la principal casa de estudios del País.

    Ernesto Zedillo, quien estudió en el IPN y gobernó de 1994 a 2000, rompió ese sortilegio. Los tres siguientes mandatarios tampoco estudiaron en la UNAM, ni en ninguna universidad pública, lo hicieron en tres instituciones privadas: Fox en la Iberoamericana, Calderón en la Escuela Libre de Derecho, y Peña Nieto en la Panamericana.

    El candado que si no se ha podido romper es que, desde Miguel Alemán, todos los presidentes mexicanos han estudiado sus licenciaturas en la Ciudad de México (Ruiz Cortines carecía de ese grado y estudió en Veracruz). El centralismo que ejerce la capital en las decisiones y coordenadas más importantes del País ha sido y sigue siendo desmedido. La historia ha demostrado que han tenido que pasar por la aduana de la capital para ser presidentes.

    Lo que sí ha sido cierto, como si fuese una norma, es que los rectores de la UNAM, aun antes de Miguel Alemán, han apoyado, prácticamente de manera sistemática, las políticas del titular del Poder Ejecutivo. Se han comportado como si fuesen secretarios de educación superior.

    Ha habido dos excepciones: Javier Barros Sierra, quien en 1968 se opuso al trato que le dio Díaz Ordaz al movimiento estudiantil, y ahora Enrique Graue Wiechers, que se ha deslindado de varias opiniones y decisiones de López Obrador, particularmente en el caso de los científicos acusados por la Fiscalía de delincuencia organizada y otras yerbas. Pablo González Casanova, Rector entre mayo de 1970 y diciembre de 1972, a pesar de su poderío intelectual y que se define como un hombre de izquierda, no enfrentó ni a Díaz Ordaz ni a Luis Echeverría.

    A pesar de lo anterior, la UNAM jamás ha sido una institución monopolizada por una sola filosofía, ideología o política. Los rectores, aun siendo muy importantes, han tenido una postura ante los diferentes gobiernos, pero no todos sus directores de facultades, escuelas o institutos y, por supuesto, no todos los profesores y estudiantes, han comulgado ni con los rectores ni con los gobiernos de la República. Algunos sí, algunos no. La homogeneidad es imposible, la UNAM es una institución enorme, diversa y, sobre todo, plural, como lo son, por lo general, la inmensa mayoría de las universidades del mundo.

    Por lo anterior, sorprende que el Presidente López Obrador diga que la UNAM se ha convertido en una universidad de “individualistas y defensora de proyectos neoliberales”. No hay duda que en la UNAM hay funcionarios, investigadores, profesores y estudiantes que se identifican y promueven la doctrina económica y los valores culturales neoliberales, y seguramente dominan en varias facultades e institutos, pero en muchas otras eso no es así ni en las pautas de sus investigaciones ni en sus inclinaciones culturales y políticas. La UNAM, hay que decirlo una y otra vez: es muy compleja y sólidamente plural. Bastaría que el Presidente López Obrador, egresado de la misma UNAM, revisase encuestas que se han hecho en diferentes momentos sobre la orientación del voto de sus integrantes: la gran mayoría han votado por la izquierda, por lo menos desde 1988. Razón por la cual, los presidentes, desde Miguel de la Madrid, ya desconfiaban de los egresados de la institución y empezaron a reclutar para sus gobiernos cuadros de las universidades privadas, tales como el ITAM, el Tec de Monterrey, la Ibero y la Panamericana.

    No obstante, por su misma pluralidad y, sobre todo, por su espíritu crítico, es muy probable que, por los constantes errores de AMLO, muchos de los votos que se manifestaron en la Ciudad de México contrarios a Morena en las pasadas elecciones hayan sido de egresados de la UNAM y de su personal académico, lo que tiene muy contrariado al líder de la 4T

    Por otra parte, la crítica que López Obrador dirige a la UNAM nace de su malestar por las posiciones de Graue Wielchers ante el tema de los académicos del Sistema Nacional de Investigadores perseguidos por la Fiscalía, donde el Rector calificó de inconcebibles las acusaciones a los científicos.

    Si lo anterior fuera poco, habrá que decir que López Obrador se equivoca rotundamente al meter a la UNAM en una definición simplista, impropia de un jefe de Estado. No hace sino arrojar al fuego una brasa más contra las capas medias, contribuyendo a que estas se alejen otro paso de la 4T.

    A Andrés Manuel López Obrador se le ha reconocido una visión e instinto político poco comunes, pero el caso reseñado, y varios más, nos indican que está extraviando la brújula. Pareciera que a propósito quiere alejar a sectores sociales que mayoritariamente han depositado su voto por él, lo cual, es inverosímil. Lo que sí es muy creíble es que está perdiendo la calma y está precipitando sus opiniones y decisiones.

    Se nota.

    Posdata

    Y hablando de universidades públicas, la entrevista que concedió el Rector de la UAS, Jesús Madueña Molina, al periodista Ariel Noriega, revela entre muchas otras cosas, que la educación pública es insustituible para que los sectores sociales menos favorecidos de la sociedad encuentren calzadas para salir de la pobreza y desarrollar sus capacidades que, en muchas ocasiones, son enormes. Pero esto solo es posible cuando una universidad funciona con libertad y calidad académica, como las que conoció el doctor Madueña cuando él estudió en la casa rosalina, y que es vital rescatar.