La campaña de Xóchitl Gálvez no camina. Desde que se hizo sorpresivamente de la candidatura presidencial, no ha dado un solo paso. Rebasó a todos los candidatos que tenían el sello de partido con un discurso que podía trascender las etiquetas; se impuso sobre quienes tenían un discurso doctrinario con una carta de pragmatismo. Puso frente al país su trayectoria personal, buenos reflejos y humor. Palacio Nacional se encargó del lanzamiento. La agresión del Presidente encontró en Gálvez a una mujer que lo encaró con gracia y firmeza. Pero parece que eso fue hace años. Desde que los tres partidos la convirtieron en su apuesta para la presidencia, Xóchitl Gálvez interrumpe su irrelevancia con tropiezos. Cuando ya nos hemos olvidado de ella, irrumpe en el escenario con alguna torpeza.
Sus promotores invocan una y otra vez las mismas excusas. Dicen que la campaña no ha empezado formalmente, que la elección está todavía muy lejos, y que Gálvez enfrenta una elección de Estado. Lo cierto es que se acumulan las semanas y la candidata del frente opositor no sube la pendiente. No hay encuesta de opinión que advierta que Gálvez acorta la distancia. Desde que fue nombrada candidata, no ha tenido una sola semana buena. Xóchitl Gálvez es la candidata del frente opositor, pero no se ha convertido en la dirigente de la oposición. La vemos asistir, a veces con notoria incomodidad a los eventos de los partidos que la respaldan, pero no escuchamos en ella directriz que discipline o que coordine a los aliados. La órbita de la candidata no incide ni pretende incidir en la dinámica de los partidos. Gálvez ha hecho pública su nulidad como dirigente de la coalición. Hace poco imploraba a los partidos que la apoyan para que se pusieran de acuerdo en las candidaturas, como si ella fuera una observadora distante de lo que se hace en el territorio extranjero de su coalición.
Encontrarle cuadratura a la alianza era el gran desafío de Xóchitl Gálvez. No era sencillo, pero era una labor obvia e indispensable. El despegue de su candidatura tenía un requisito previo: darle sentido a la coalición, definir sus pautas básicas, proyectar un mensaje seductor que superara las diferencias. Ser ungida como candidata del frente no era suficiente. A Xóchitl Gálvez correspondía la tarea de afianzar una plataforma opositora. Esa era su tarea en los meses previos al inicio formal de la contienda. No parece que haya trabajado en ello o que se hubiera propuesto atender esa exigencia inicial. Lo que pase en los partidos, parece haber pensado, no es asunto mío. En la raíz está un mal entendimiento de su responsabilidad política en esta coyuntura. Pretendiéndose superior a las rivalidades de los partidos, imaginó que podría hacer campaña flotando por encima de ellos. Usar su sello para la boleta y desentenderse de sus procesos.
Que le falta equipo a la candidata del frente es algo que está a la vista de todos. La pregunta no es si ha habido retraso en la formación de su cuarto de guerra, sino si la impulsividad de su estilo rechaza la colaboración. Si hacemos caso a Maquiavelo, el error político más frecuente es pensar que lo que funcionó ayer, seguirá funcionando hoy. Que la estrategia que explica la victoria en el juego pasado, debe repetirse en los juegos por venir. Gálvez se impuso por silvestre. Por su espontaneidad, por la agilidad de sus reflejos, por su lenguaje. No ganó por representar a un grupo sólido, ni por la ambición de sus ideas, ni por su trayectoria pública. Ganó por su historia de vida y por su reacción ante el hostigamiento presidencial. Entiendo que el relato de su vida debe seguir siendo parte de su estrategia, pero me parece claro que ese cuento, sin el empaque de una visión de futuro y sin la firmeza de un equipo profesional es insuficiente.
Tal vez tienen razón los promotores de Gálvez al recordar que la elección está todavía lejos y que la política está llena de sorpresas. Pero el tiempo corre y en ese frente que antes era amplio y ahora es título de una telenovela no hay muchas señales de vida.