Un villista, una canción, un México insurgente
@adelagarza / SinEmbargo.MX
Tantos años de priismo hegemónico hacen al sino del escorpión ver en los homenajes oficiales bufas teatralizaciones de la historia con fines de manipulación; por ello, la designación gubernamental del 2023 como el Año de Francisco Villa no convence del todo al arácnido y, sin embargo, trae a su memoria la historia polémica del general de la División del Norte, el libro-crónica del legendario John Reed (Reed, México Insurgente) -con su retrato vertiginoso del Centauro del Norte-, así como la multipremiada película realizada por Paul Leduc y, además, dos canciones contemporáneas compuestas por queridos amigos del alacrán: Doroteo, de Jaime López (“Doroteo fugitivo, en el monte meditaba / su cabeza tuvo precio, pero nadie fue a cortarla), y Dama de la carretera, de Rafael Catana (Conocí a John Reed desde la ventana del tren, era noviembre).
Esta memoriosa conjunción de hechos lleva entonces al alacrán a revivir una emboscada de hace cien años, 20 de julio de 1923, cuando en Hidalgo del Parral, Chihuahua, fue asesinado Villa. Ya retirado de la guerra a su hacienda de El Canutillo, Villa fue víctima de la traición del Diputado Jesús Salas Barraza, quien junto con Melitón Lozoya orquestó el complot. Villa regresaba de un bautizo al volante de su Dodge junto con su secretario, el coronel Miguel Trillo, escoltados por un grupo de Dorados -como se conoció siempre a sus tropas. Sobre una casa de la avenida Juárez de ese poblado se había apostado una decena de hombres, quienes dispararon hacia el vehículo sin que su escolta pudiera repeler la agresión: Villa, de 45 años, murió en ese momento. Su cuerpo fue sepultado al día siguiente en el panteón de Hidalgo del Parral, pero tres años después su tumba fue profanada y la cabeza separada de su cuerpo. En 1966 su nombre se inscribió con letras de oro en el recinto del Congreso de la Unión y, el 20 de noviembre de 1976, sus restos fueron trasladados al Monumento a la Revolución.
José Doroteo Arango Arámbula, Pancho Villa, nació en San Juan del Río, Durango, el 5 de junio de 1878. Escribe John Reed: “Durante veintidós años Villa fue un bandolero. Cuando sólo era un muchacho de dieciséis años, repartiendo leche en las calles de Chihuahua, mató a un funcionario del gobierno y se fue al monte (...), ya fugitivo, cometió el imperdonable crimen de robarle ganado a los ricos hacendados. Desde entonces, hasta el estallido de la revolución de Madero, el gobierno mexicano tenía puesto un precio a su cabeza”. Enzensberger escribió sobre la historia como una invención a la cual la realidad suministra algunos elementos. Para el escritor alemán, la imaginación popular participó más que cualquier ciencia en la elaboración de las imágenes de La Comuna de París, el asalto al Palacio de Invierno, Danton ante la guillotina y Trotski en México. Esta afirmación se confirma en la historia del mítico Centauro del Norte (“La mitad es un caballo, ser humano la mitad”, dice la canción de Jaime López), una leyenda revolucionaria absoluta, sobre la cual sus detractores y admiradores siguen discutiendo.
La sola bibliografía sobre el personaje deja ver la polémica en torno a él. Para empezar, hay que acudir a la clásica biografía en dos volúmenes Pancho Villa (2018), de Friedrich Katz, y luego a Pancho Villa la construcción del mito (2009), de Miguel Ángel Berumen. Crímenes de Francisco Villa: Testimonios (2017), de Reidezel Mendoza. La biografía narrativa elaborada por Paco Ignacio Taibo II (2014). Pancho Villa: La Vida y La Leyenda de Famoso Revolucionario de México (2018), de Gustavo Vázquez Lozano. Y Bandoleros y Rebeldes. Historia del forajido Doroteo Arango (1878-1910): Correrías de Heraclio Bernal, Ignacio Parra y Francisco Villa (2018), del mencionado Reidezel Mendoza.
Con todo, el alacrán disfruta mucho del retrato del revolucionario trazado por Reed en su México Insurgente, libro al cual puede acudir gratuitamente el lector (https://www.marxists.org/espanol/reed/mex.htm) y donde se ve reflejado el enorme personaje de manera espontánea y directa, a partir de las conversaciones sostenidas por el célebre periodista estadounidense con el general de la División del Norte, cuya sagacidad resalta también en sus conversaciones. “Cuando Madero empezó su campaña en 1910, Villa era todavía un bandido. Tal vez, como dicen sus enemigos, vio la oportunidad para exculparse; quizá, como parece probable, lo llevó la rebelión de los peones. De todos modos, después de cerca de tres meses de haberse levantado en armas, apareció en El Paso y puso su persona, su banda, sus conocimientos y su fortuna (apenas 363 gastados pesos de plata), a las órdenes de Madero”. Sus batallas, sus acciones, generaron un inmenso acervo de leyendas populares entre los peones. Hay muchas canciones y corridos celebrando sus hazañas (“Un Ford’20, un villista una canción, comenzó la guerra”, dice Catana en su canción).
También abundan las historias sobre las violaciones de mujeres cometidas por Villa. Reed le preguntó sobre ello a bocajarro: “Se jaló el bigote y se me quedó mirando fijamente largo rato con una expresión inescrutable”.
“Nunca me he molestado en desmentir esos rumores -dijo-. También dicen que soy un bandido. Bien; usted conoce mi historia. Dígame: ¿ha conocido alguna vez a un esposo, padre o hermano de una mujer que yo haya violado? -hizo una pausa y agregó-: ¿O siquiera un testigo?
El venenoso no quiere irse sin recordar también a Claudio Obregón en el papel de John Reed y a Eraclio Zepeda en el papel de Villa, en la restaurada y soberbia película de extrañado maestro Paul Leduc, a quien despedimos apenas en el 2020. El tono sepia del filme, los enormes planos secuencia, las actuaciones y el final clímax, cuando John decide romper un aparador para “robarse” una cámara y poder fotografiar la épica de la Revolución Mexicana, son escenas inolvidables de nuestro cine. Y pues “¡Viva Villa!”.