@elpoderdelc
SinEmbargo.MX
Había una vez un abusador, delincuente de cuello blanco, supremacista blanco, que llegó al poder en el gran imperio.
Con una larga historia de racismo, de enriquecimiento inmobiliario en asociación con mafias extranjeras, evadiendo impuestos, prohibiendo la renta de sus propiedades a personas de raza afroamericana, abusador de mujeres aprovechando su posición como organizador de concursos de belleza, un conductor de reality shows que llevó a la política sus descaradas estrategias televisivas para manipular, denigrar y destruir a otros.
El abusador, tenía, sin duda, características de ser un sociópata, una persona sin empatía con los demás, carente de sentimientos.
Llegó al poder en el momento que el sistema económico global había llevado al planeta a su sexta extinción de especies, en que el calentamiento global mostraba el inicio de sus devastadoras consecuencias, cuando la riqueza alcanzaba su mayor concentración en un número reducido de personas y corporaciones globales, cuando los organismos de Naciones Unidas llamaban a enfrentar estas catástrofes en todos los ámbitos: ambientales, sociales y económicos.
Gobernando una población dividida entre “indignados empáticos” que demandaban la acción urgente para cambiar el modelo energético y enfrentar el cambio climático; que pedían el fin de la violencia a las mujeres, que exigían que la educación y la atención en salud fuera para todos; que se detuvieran las represalias y asesinatos de las fuerzas policiacas contra la población afroamericana, y que se establecieran políticas fiscales para enfrentar la creciente desigualdad: y otro de “indignados autistas” que manifestaban en favor del abusador en el trono, indignados por el deterioro de sus condiciones de vida, de no verse más como la raza superior, como el país más poderoso de la tierra, indignados de que se cuestionara el modelo de vida que tenían o al que aspiraban y que su ideología individualista fuera puesta en duda. Naomi Klein lo explicaba bien: la ideología de estos otros indignados, esa ideología individualista, se basaba en la competencia, en que el Estado no debe regular, de que se tiene el derecho a portar armas tanto como de contaminar sin que existan leyes que lo impidan, de que la naturaleza es materia infinita para explotar. Esta ideología no podía soportar que se le cuestionaran sus principios en contra de cualquier intervención
del Estado: el cambio climático no existía porque su existencia contradecía la libertad individual al establecer la necesidad de limitar las emisiones de gases de efecto invernadero; que se cuestionara la supremacía de los hombres sobre las mujeres, de los blancos sobre los negros y otras minorías, que se cuestionara el principio de que cada quien debe de recibir únicamente lo que corresponde a sus esfuerzos y su posición en contra de los programas sociales.
No importaba que el abusador dijera mentiras, una tras otra, por cientos, estaba bien, si hay que atacar y defenderse, se vale. No importaba que le diera la mano a su esposa para la foto y después dejara de tomársela, sacudiéndola, como si se hubiera ensuciado, y casi la empujara. Los gestos y actos demostraban que el abusador, abusaba de su propia pareja. No importaba que el abusador se reuniera con los grandes dictadores del planeta y los elogiara, con aquellos que violaban derechos humanos y se habían convertido en amenazas bélicas. No importaba que desconociera a los organismos internacionales creados justamente para intentar evitar confrontaciones bélicas nucleares, para proteger el planeta, para proteger a la infancia y a los derechos humanos. Por encima de él no podía haber nadie, él repetía, una y otra vez, que era el mejor.
Y la pregunta fue: ¿Por qué la mitad de la población votó a favor de la reelección del abusador?.
Tanto en el grupo de “indignados empáticos” como en el de “indignados autistas” había algo en común: miedo. El miedo de los primeros era a no parar los daños al planeta y cómo esto afectaría sus vidas y las de sus hijos, su miedo a la violencia, a que no parara la violencia contra las mujeres y contra las minorías, a que se agudizaran los conflictos bélicos mundiales, a que el abusador destruyera la democracia y a ver un país cada vez más empobrecido sin que la mayoría tuviera acceso a la educación y a la salud y la riqueza continuara concentrada en unos cuantos.
El miedo de los “indignados autistas” se basaba únicamente en que, ante las crisis económicas, ambientales, sociales, se amenazaba su ideología, su concepción del mundo. Se cernía la amenaza de que vinieran acuerdos globales, internacionales, que modificaran sus estilos de vida. Para estos indignados no había que cambiar nada y el mundo debería seguir siendo el mismo y más. El abusador prometía a los “indignados autistas” devolverlos a su lugar simbólico como “dueños” del mundo, a ser nuevamente grandes, los mejores. Había que seguir desregulando, no más protección del medio ambiente, no más impuestos, no más programas sociales y mano dura con los inconformes, con las razas “inferiores”. Ya habían soportado un presidente de raza negra, la mayor ofensa a su supremacía.
Lo odiaron día a día, la mayoría, calladamente. Para ellos fue indignante ver a un
hombre de color y a su mujer, también de color, en la Casa Blanca, la casa era blanca para blancos.
La evidencia, los datos, la ciencia, era una amenaza contra el discurso del “abusador”, contra la “ideología de los autistas”.
Las grandes corporaciones ya lo habían hecho, las petroleras negando el cambio climático, las tabacaleras negando los daños de sus productos a la salud, la de agroquímicos evitando la prohibición de sus productos cancerígenos y mutagénicos, la de la chatarra su responsabilidad sobre la epidemia de obesidad, etcétera, etcétera. Negar la ciencia fue fundamental para negarse a actuar sobre la pandemia que hizo estragos en el país mostrando la debilidad de su sistema de salud entregado a los intereses privados, desmantelado por su partido político.
Y el mundo observaba cómo el abusador en el imperio amenazaba con mantenerse en el poder otros cuatro años y seguir atacando los valores fundamentales de la democracia y de la posibilidad de paliar las amenazas que se cernían cada vez más, de manera acelerada y catastrófica, sobre la humanidad.
Siempre alimentando con fuego, mucho fuego, el miedo extremo de los “indignados autistas”. El abusador sabía que el miedo que había hecho crecer cada vez más entre sus seguidores, entre los “indignados autistas” era suficiente para amenazar que si no se mantenía en el trono, saldrían a las calles a expresarse con violencia.