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Un 21 de mayo como hoy muere, en circunstancias no muy claras, un Presidente en fuga que enfrentó una rebelión de generales renuentes a ser gobernados por un civil: Venustiano Carranza.
Debemos iniciar esta columna precisando que, a la luz del tiempo, análisis y testimonios posteriores al momento político, se sabe que su ejecutor fue el militar Rodolfo Herrero.
Dos méritos grandes tuvo don Venustiano: ser el primer Gobernador que encabezó la lucha contra Victoriano Huerta y el impulso legitimador a la Constitución.
Algunos aún no le perdonamos que no haya sabido hacer gobierno con las fuerzas vivas e indómitas de Villa y Zapata y desobedeciera a la Convención Revolucionaria yéndose a Veracruz. Eso provocó una larga guerra civil que no nos mencionan los libros de texto porque ya viene incluida en el “paquete” de la Revolución.
Pero veamos otro asunto menos visto. Carranza vive su presidencia a partir de 1917 y se empecina en no aceptar a Obregón como sucesor, mientras enfrenta presiones una vez más de los Estados Unidos, multiplicadas por encontrarse el mundo inmerso en la Primera Guerra Mundial: la posición de México y su petróleo se volvieron, repentinamente, recursos estratégicos.
Éramos un Golfo Pérsico antes de que se descubrieran los grandes hallazgos en la Arabia de las Mil y una noches.
Las guerras del siglo naciente serían por petróleo y se ganarían con más petróleo: por algo la Alemania nazi concentraría su invasión hacia los campos de petróleo en Bakú y la cuenca del Mar Negro antes que a Moscú, partiéndose el espinazo contra el hito de Stalingrado.
Estados Unidos nacía como una gran nación hambrienta de gasolina, carburantes y demás materias oscuras que abriría sus tentáculos, asegurando primero a su vecino más explosivo. México tenía yacimientos muy a la mano en su autoproclamada zona de influencia.
No de balde Carranza pensaba en su sucesor como Ignacio Bonillas, un civil sin ímpetus militares que recordaba demasiado los defectos de Madero, pero que tenía el poco preciado plus de haber sido Embajador en Estados Unidos y conocer muy bien la manera de actuar del nuevo enemigo a vencer o, al menos, tratar de apaciguar.
El Gran Garrote creado por Teddy Roosevelt seguía dando molinetes en el brazo del Presidente Wilson, quien no se animaba a entrar a la guerra europea, consciente de que la vasta ciudadanía de origen alemán en su país podría provocarle conflictos, básicamente electorales.
Aquí, en el valle del Anáhuac, el simple hecho de que Bonillas hablara inglés fluidamente lo ponía en una posición mejor que los otros jefes revolucionarios, montados en cananas y batallones, a la hora de salir a negociar hacia fuera del país. Como en los tiempos de Maximiliano, las relaciones exteriores cobrarían un papel fundamental en las combinaciones y escaramuzas intestinas.
Ignacio Bonillas tenía dos cualidades, una muy poco apreciada en ese momento: ser un civil.
Desde ahí, siguiendo el ideal maderista, Carranza aspiraba a dejar a alguien con educación civil y ajena a la cultura militarista... cosa que solo ocurrió en México cuando llega a Presidente Miguel Alemán, siendo Ávila Camacho el último en ser llamado “general”.
Muchos estados siguieron siendo hasta los 50 gobernados por ex combatientes: en Sinaloa el último general fue Gabriel Leyva Velázquez.
La otra virtud de Bonillas fue que era encargado de negocios con Estados Unidos y además de hablar un perfecto inglés, conocía muy bien la política y los intereses al norte de la frontera.
Eso le hubiera sido muy útil de haber sido Presidente para mejorar la relación tan candente con los gringos, tema recursivo en toda la Revolución Mexicana... y hasta la Cristiada y Expropiación Petrolera.
¿Qué habría sido de este país si desde ese momento hubiéramos tenido presidentes civiles y los militares hubieran asumido su lugar, además de aprender de la alternancia?
Tampoco es baladí pensar que Carranza intentaba aplicar un maximato con Bonillas y cometió el error de no darle las parcelas correctas de poder al grupo sonorense. En la historia todo eso es posible.
Pocos presidentes nuestros han hablado un inglés fluido y siempre han hecho política vía intérpretes... el primer bilingüe al que le encantó lucirse antes las cámaras con su pronunciación perfecta fue Carlos Salinas de Gortari hasta 1988.
Luego, Ernesto Zedillo lo haría con su educado acento de profesor de Yale University. ¡A ver qué nos depara el futurismo corcholatesco!