El comediógrafo latino, Terencio, escribió una obra titulada “Heautontimorumenos”, que significa El que se atormenta a sí mismo, o El verdugo de sí mismo, donde hace decir a un personaje, Cremes, una frase que ha pasado a la posteridad: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto” (Soy un hombre, nada humano me es ajeno), con la cual aludía a la solidaridad humana y justificaba la intromisión en un asunto que a primera vista parecía no competerle.
En verdad, cada ser humano debe interesarse por la suerte de los demás hombres e, incluso, del cuidado del planeta donde vive, como señaló el poeta John Donne: “Ningún hombre es una isla por sí mismo. Cada hombre es una pieza de un continente, una parte del todo... La muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad”.
Haciéndose eco del ejemplo y enseñanza de Cristo, también la Iglesia, en la Constitución Pastoral “Gozo y Esperanza” (Gaudium et Spes) del Concilio Vaticano II, indicó que su fundador está comprometido en el destino del hombre, porque “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).
El martes 22, a los 80 años, falleció el cantautor italiano Toto Cutugno, quien trascendió con varias canciones, entre ellas una titulada “El italiano”, que se convirtió casi en himno nacional, pues habla de las características y cualidades comunes de un verdadero italiano (un italiano vero). Con esta canción participó en el festival de Sanremo en 1983.
El verdadero italiano -dice la letra- come spaghetti en su punto (al dente) y tiene a un partisano (guerrillero que se opuso a la invasión nazi) como presidente: Sandro Pertini, en ese momento: “Déjenme cantar, porque estoy orgulloso: soy un italiano, un italiano verdadero”.
¿Nada humano me es ajeno?