Muchos padres no dejan herencia a sus hijos, porque los bienes o fortuna pronto se acaban; incluso, se pueden derrochar o ser motivo de pleitos y discusiones familiares. Por eso, prefieren hablar de legado, en cuanto a la transmisión del ejemplo y filosofía que se les enseña.
El economista y conferencista, Eduardo Alighieri, es uno de los autores que comparten esta visión: “Tu legado no está en el dinero que heredas a tus hijos, sino en las enseñanzas invaluables que les dejas con tu ejemplo”.
Hay ocasiones en que pensamos alfombrar la vida de nuestros hijos, para que no sufran las carencias que nosotros padecimos. Sin embargo, la proverbial sabiduría japonesa señala: “Cuando los padres trabajan y los hijos disfrutan la vida, son los nietos los que mendigan”.
Últimamente, he recordado la hermosa melodía que compuso Ennio Morricone para la película sobre Sacco y Vanzetti, líderes anarquistas que fueron juzgados injustamente y condenados a la silla eléctrica en 1927 (la letra y la interpretación son de Joan Baez).
En una de las cartas que escribió Bartolomeo Vanzetti a su hijo, le recomendó: “Querido hijo mío, he soñado con ustedes día y noche. No sabía si aún seguía vivo o estaba muerto. Hubiera querido abrazarlos a ti y a tu madre. Perdóname, hijo mío, por esta muerte injusta que tan pronto te deja sin padre. Hoy podrán asesinarnos, pero no podrán destruir nuestras ideas. Ellas quedarán para generaciones futuras, para los jóvenes como tú. Recuerda, hijo mío, la felicidad que sientes cuando juegas, no la acapares toda para ti. Trata de comprender con humildad al prójimo, ayuda a los débiles, consuela a quienes lloran. Ayuda a los perseguidos, a los oprimidos. Ellos serán tus mejores amigos. Adiós esposa mía. Hijo mío. Camaradas”.
¿Cuál es mi legado?