Retomando el tema del encuentro en la catequesis de la audiencia semanal, el Papa Francisco se detuvo en la figura de Zaqueo, un personaje que se antojaba irremediablemente perdido y cuyo encuentro trataban de evitar por considerarlo un pecador empedernido.
A pesar de su condición pecadora y de la dificultad de alcanzar a ver a Jesús debido a su baja estatura, Zaqueo no se dejó vencer por el desánimo y discernió la manera de tener un contacto visual con Jesús, quien ya lo estaba buscando.
De hecho, Jesús fue a Jericó, una ciudad situada bajo el nivel del mar, lo que tenía una connotación de descender a los infiernos, para encontrar a quienes estaban arrepentidos de su infausto proceder por equivocadas decisiones. Además, Zaqueo era jefe de publicanos, es decir comandaba a los recaudadores de impuestos, personas mal vistas porque colaboraban con el ejército invasor de Roma.
No obstante, Zaqueo siente la necesidad de mirar a Jesús, aunque sea de lejos, porque la multitud se lo impide. Por eso, sube a un árbol y Jesús le manda bajar de ahí porque quiere hospedarse en su casa, a pesar de que sea un pecador público.
Dijo el Papa: “Lucas destaca la alegría del corazón de Zaqueo. Es la alegría de quien se siente mirado, reconocido y, sobre todo, perdonado. La mirada de Jesús no es una mirada de reproche, sino de misericordia. Es esa misericordia que a veces nos cuesta aceptar, sobre todo cuando Dios perdona a quienes, en nuestra opinión, no se lo merecen. Murmuramos porque nos gustaría poner límites al amor de Dios”.
El ilimitado e incondicional amor de Jesús convierte a Zaqueo, quien se compromete a cambiar de conducta y resarcir cuatro veces más a quien robó algo.
¿Profeso un amor ilimitado?