Si jamás habrá una democracia sólida en México, entonces de igual manera jamás habrá auténtica reforma policial democrática. Acaso es tiempo de aceptarlo así: nunca veremos instituciones policiales civiles y profesionales sirviendo y protegiendo a la gente en la inmensa mayoría del país.
La muerte el sábado pasado de Victoria Esperanza Salazar Arriaza, mujer refugiada salvadoreña, a manos de la policía municipal de Tulum nos recuerda, otra vez, que hay personas uniformadas, en funciones policiales, autorizadas de facto para torturar y matar gente. Así de simple, terrible y brutal a la vez: el Estado mexicano entrega poderes, uniforme y armas a una cantidad inestimable de personas que, amparadas por el Estado mismo, atacan y matan a personas que no representan una amenaza letal.
Ya se dijo todo respecto a esta crisis profunda, crónica y generalizada de la función policial. La evidencia sobra, pero no funciona para provocar el cambio. Lejos de ello, la vía militar se impone en buena medida alimentada precisamente por las atrocidades a manos de la policía.
Es un perfecto círculo vicioso: los gobiernos electos se niegan a construir policías profesionales y llaman a los militares; y estos ya no se irán de las calles precisamente porque aquellos han capitulado en su liderazgo civil en seguridad y policía.
Mienten una y mil veces esas personas que ganaron el cargo con nuestros votos y que ejercen el presupuesto que viene de nuestros impuestos. Votan reformas a la norma suprema y engordan los principios constitucionales de actuación policial: legalidad, eficiencia, profesionalismo, honradez, objetividad, respeto a los derechos humanos y los que se acumulen.
Pero no construyen la auténtica reforma policial democrática, modificando el concepto y el diseño institucional y habilitando los controles necesarios para que haya consecuencias del buen y el mal desempeño y aprendizaje institucional.
Mienten. No quieren una policía profesional porque lo primero que haría ella es salirse del sometimiento político que la mantiene en crónica debilidad. El atributo más importante de una policía profesional es la autonomía relativa para ejercer su función resistiendo la manipulación política.
Las atrocidades las comete la policía directamente, pero por encima está la atrocidad mayor: la mentira política con la que nos toman el pelo un día sí y el otro también. Sí, la policía es una desgracia, pero lo es precisamente porque la política y quienes viven de ella son lo mismo, una desgracia.
La gran mayoría de las instituciones policiales permanecen rotas y hay criminales en ellas porque están siendo usadas en buena parte del país, primero que nada, como brazos políticos armados a su vez articulados a las disputas por los mercados criminales y los territorios.
En todo esto hay notables excepciones, me consta. Es un puñado de gobiernos y liderazgos policiales en la historia reciente que, generalmente, terminan también aplastados.
Tienen a la policía en condición desechable y, en el camino, una cantidad inestimable de personas inocentes muere en sus manos.
Este sistema político quiere a la policía en el basurero de la historia.
El autor es Coordinador del Programa de Seguridad Ciudadana de la Universidad Iberoamericana. Fundó y dirigió el Instituto para la Seguridad y la Democracia -Insyde- (2003-2016). Ashoka Fellow.+Derechos+Seguridad+Derechos.