El perro, conocido científicamente como “Canis lupus familiaris”, es el resultado de un largo proceso evolutivo y de domesticación que lo ha convertido en el compañero más fiel del ser humano. Este ensayo explora los orígenes y la evolución del perro, así como la conexión entre perros y humanos desde una perspectiva social y neurofisiológica.
El perro moderno es descendiente directo del lobo gris (Canis lupus). Estudios genéticos sugieren que la domesticación del perro comenzó hace aproximadamente 15,000 a 40,000 años, durante el período del Paleolítico Superior. Evidencias arqueológicas indican que los primeros perros domesticados aparecieron en varias regiones simultáneamente, incluyendo Europa, Asia y el Medio Oriente.
La domesticación del perro probablemente comenzó cuando los lobos se acercaron a los asentamientos humanos en busca de comida. Los lobos menos agresivos y más dóciles fueron aceptados por los humanos, quienes se beneficiaron de sus habilidades para cazar y proteger. Este proceso de selección natural y artificial llevó gradualmente a la divergencia entre lobos y los primeros perros domesticados.
A medida que los perros se adaptaban a vivir con los humanos, desarrollaron rasgos físicos y comportamentales únicos. Evolucionaron para ser más pequeños que los lobos, con una mayor variedad de colores y formas corporales. Además, su comportamiento se volvió más sociable y cooperativo, facilitando una mejor convivencia con los humanos.
Históricamente, los perros han desempeñado múltiples roles en la sociedad humana, incluyendo la caza, la guardia, el pastoreo y la compañía. Esta multifuncionalidad ha reforzado su relación con los humanos, quienes han continuado seleccionando y criando perros para cumplir funciones específicas.
La relación entre perros y humanos es única en el reino animal. Los perros no solo ofrecen protección y asistencia, sino también compañía emocional. La teoría del apego sugiere que los perros forman vínculos afectivos con sus dueños similares a los que los niños forman con sus cuidadores. Esto se manifiesta en comportamientos como la búsqueda de proximidad, la ansiedad por separación y el consuelo mutuo.
Generaciones de investigadores han sido entrenados para no usar palabras antropomórficas como “amor” para describir algo que un animal no humano podría estar sintiendo. De hecho, el uso de antropomorfismo (descripciones del comportamiento o características de los animales no humanos con terminología utilizada para describir a los humanos) ha sido durante mucho tiempo condenado en el campo del comportamiento animal. Por lo tanto, los investigadores hablan de “temperamento” en lugar de “personalidad” y de “sesgo cognitivo positivo” en lugar de “optimismo”. Sin embargo, esta postura estricta contra la aplicabilidad de términos humanos a los no humanos se está aflojando.
Las pruebas de apego implican monitorear el comportamiento de un niño (o perro) cuando se separa de la madre: la angustia por la separación y la calma en la reunión indican apego. Este vínculo es parte del proceso de desarrollar una relación amorosa: que esto ocurra en las relaciones perro-humano (incluso de manera desordenada) parece lo mismo.
Una línea de investigación examina la sensibilidad de los perros a nuestros estados emocionales, como acercarse cuando estamos llorando o molestos. Este comportamiento también parece una expresión de amor, aunque sigue siendo incierto si están tratando de consolarnos o simplemente preocupados por las hormonas y los sonidos inusuales que estamos emitiendo. Por otro lado, algunos comportamientos que parecen amorosos, como un “beso” de saludo, son tan probables de ser un comportamiento vestigial como una expresión de afecto. Los ancestros más cercanos de los perros, los lobos, saludan a los compañeros de manada que regresan de una cacería con tales “besos”: un saludo, sí, pero también una solicitud para que el cazador regurgite parte del bisonte que acaba de consumir.
Fisiológicamente, la investigación que podría indicar si los perros nos aman proviene de observar sus frecuencias cardíacas, hormonas y cerebros. En un pequeño estudio que involucró a parejas de perro-humano especialmente unidas, los investigadores pusieron monitores de frecuencia cardíaca tanto al perro como a la persona, los separaron brevemente y luego reunieron a las parejas. Al reunirse, la frecuencia cardíaca de ambos, perro y persona, disminuyó, y las disminuciones incluso parecían estar alineadas: dos corazones latiendo como uno.
Es posible que hayas oído hablar de una hormona llamada oxitocina. La oxitocina es un neuropéptido: un tipo de compuesto que actúa en el cerebro. Y tiene un papel especial para los humanos: se considera la razón neurológica por la que los padres se vinculan con sus bebés. Los investigadores de perros han descubierto que la oxitocina también juega un papel en el vínculo perro-persona. Solo con mirarse, los niveles de oxitocina aumentan en los perros y en su persona. Cuanto más fuerte sea el vínculo que tienes, mayor será el efecto que encontramos. De hecho, simplemente estar con su persona puede hacer que el nivel de oxitocina de un perro aumente.
No hay una sección específica del cerebro que esté singularmente activa al mirar o pensar en alguien que amamos, pero las imágenes de resonancia magnética funcional de algunos cerebros de perros muestran actividad en un centro de recompensa, el núcleo caudado ventral, tanto al mirar algo que aman (salchichas) como al escuchar la voz elogiosa de su persona. No es un mucho, pero al menos nos ven tan deseables como las carnes procesadas.
Dicho esto, no son tontos. En una típica relación perro-humano, como la hemos definido, el humano es el encargado de la comida y el perro debe esperar, pacientemente o no, a que la entreguemos. Los perros son muy buenos para hacer asociaciones, por lo que no les lleva mucho tiempo asociarte con la comida que les das. Lejos de ser manipulador, el perro que hace lo que le pides por una golosina solo está siendo astuto.
El origen y la evolución del perro están íntimamente ligados a la historia de la humanidad. Desde sus raíces como lobos salvajes hasta convertirse en compañeros fieles, los perros han desarrollado una conexión única con los humanos. Esta relación va más allá de la utilidad práctica, abarcando vínculos emocionales y neurofisiológicos que benefician a ambas especies. La comprensión de esta conexión no solo enriquece nuestro conocimiento sobre la evolución del perro, sino que también destaca la importancia de estas relaciones en la mejora del bienestar humano y canino.
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alberto.kousuke@uas.edu.mx